Pero corre. Corre.

205h

También lo has sentido alguna vez. Eso de estar desnuda, fustigada por ti misma. Maldita sea, también lo has sentido alguna vez. O muchas veces. Millones de veces. Jodidas veces.

Seguro que tú también lo has sentido alguna vez: esa impresión de que, al intentar agarrar la felicidad entre las manos, ésta se rompe en pequeños pedacitos de cristal y se esparce por el infinito. A veces esos pedacitos te causan terribles heridas entre los dedos y en el alma. La sangre emana delicada por la fisuras. Te vacía.

Pongamos que hay muros a tu alrededor. Esos muros representan los obstáculos que se interponen entre tú y tu alegría tan anhelada. Pongamos que, en un acto desesperado, intentas arremeter contra esas paredes gruesas y sólidas. Sí. El daño es real. Es probable que acabes tan debilitada que tardes varias horas, días, meses, años en poder levantarte. Esa pelea es inútil, además de devastadora.

Devastadora.

También lo has sentido alguna vez. Eso de estar desnuda, fustigada por ti misma. Maldita sea, también lo has sentido alguna vez. O muchas veces. Millones de veces. Jodidas veces.

Qué poco ortodoxa es la ira, qué poco tibia es la compasión. Y es casi obsceno usar la literatura para sacar de tu interior las lanzas sangrantes que la vida, el camino, ha dejado ancladas en tu corazón y en tu voluntad. Mermándola. Mermándote.

Pero corre. Corre.

Estás rompiendo la armonía de este texto mientras te balanceas en tu mar de dudas. La inutilidad es un cuchillo sin afilar que penetra igualmente por doquier. Es ese atisbo de sol a lo lejos que no puedes ver porque te quema en las pupilas. Te deja ciega. Y te hace sentirte perdida contigo misma.

Pero estás hablando. Hablas.

No reconoces tu propia voz porque está rota cómo nunca antes lo ha estado. Está tan rota que crees que nunca volverá a ser la misma. Gritas que odias. Odio. Odio. Y que no puedes. No puedo. No puedo. Y que pare. Para. Para. Luego todo es una espiral de un silencio que, sin más, es tan necesario como insoportable. El corazón te duele de tal forma que no puedes pensar con claridad. Después se para. Y, cuando vuelve a latir, notas que lo hace de manera diferente.