Con seis canciones de Paula Mattheus

Mi nueva novela trata, a grandes rasgos, sobre el dolor que provoca la literatura.

De hecho, a día de hoy, si no hubiera ocurrido todo esto, ya estaría en vuestras manos y, quién sabe, ya habríamos hecho un puñado de presentaciones. Y eventos. Y nos habríamos estado abrazando y reencontrando en vuestras, nuestras, ciudades. En fin, la realidad no siempre es la que elegimos. Ahora nos ha tocado esta y, aunque la carencia de abrazos quema en nuestras pieles y la ausencia de voz en las gargantas nos llena de aridez el alma, debemos continuar un poco más.

No me gusta escribir aquí mucho sobre mi vida real, pero esta situación ha sido tan excepcional que me voy a permitir ciertos detalles. Como algunas sabréis, me dedico profesionalmente a las finanzas en el sector industrial y yo seguí desplazándome a trabajar desde que todo esto estalló. Aún así, las horas en casa empezaron a crecer por ajustes en las jornadas por seguridad. Dos meses, más o menos, a solas conmigo misma. Sin ver a nadie, sin abrazar a nadie, con la soledad abrasando mi propio trastorno de ansiedad.

Lo que tenía muy claro es que tenía que sobrevivir. Y escribí. Claro que escribí. Aprovechamos para revisar la nueva novela (que ya es una realidad, aunque vosotras no sepáis nada). También sigo trabajando en otra historia que terminé durante el verano pasado (el verano cero) y, además, en el confinamiento di por finalizada una novela corta. La saturación de historias, en estas primeras semanas, fue brutal.

Pero empezó a doler.

La literatura siempre ha sido algo muy frágil para mí. Algo que amo y odio. Algo de lo que he intentando desprenderme muchas veces porque, en ocasiones, se convierte en mi peor pesadilla esa necesidad imperiosa de transformar los sentimientos en historias intimistasY mientras escribí y releí esas tres historias, todavía inéditas, fui quebrándome un poquito más. Un día lo supe, supe que ya no podía más.

La escritora de antaño no se molestaba con ese dolor que albergan las páginas; pero ahora es distinta. Ahora tengo tantas cicatrices que no me puedo permitir dejar sangrar las heridas ni un poquito (es que se infectan, ¿sabéis?).

Y, total, que les he cogido miedo. A esas mujeres, a sus fantasmas, al miedo al amor, a sus familias, a su pérdida, a sus desafíos, a su valentía. Me reconozco a veces y, otras, me pierdo. Soy torpe, inútil, a la hora de escribir escenas felices. Soy demasiado honesta en los capítulos sobre el dolor. Me desnudo otra vez. Yo me prometí no desnudarme jamás.

Que me pierdo, perdonad. ¿He hablado de Septiembre ya? Sí, con mayúsculas. Ella me dijo una vez que me alejara de los libros, que depender de algo tan frágil como las letras era como suicidarse. Me reí, pero sus ojos estaban tan empañados que tuve miedo. Pensé en Carmen Laforet (pienso tanto en ella) y en su Nada, y en su Isla y sus demonios. Ojalá hablar con ella, ojalá contarle lo que ocurre. Como ella se lo contaba a Elena Fortún. ¿Dónde está mi Elena Fortún?

¿Y mi Celia? ¿Mi niña traviesa que llena de aventuras las páginas de mis historias?

Le digo a «M» que desde la última sesión no había conseguido escribir apenas nada. Me pregunta por qué. Le digo que me duele. Pero que lo echo de menos. Me dice que hay que ser pacientes y que necesito descansar. Le digo que si no escribo no duermo. Me pregunta que si estoy leyendo. Eso sí, le confirmo. Villette de Charlotte Brönte, una maravilla. Eso es bueno, dice.

¿Sabes?, le digo (ahora hablo más sola, ahora casi no interviene, es como si ya no la necesitara), me estoy pasando estas semanas en casa, haciendo yoga y ejercicio, con el humificador de esencias y los libros por toda la casa. Las gatitas y sus pelos en todas partes. Y siempre, a todas horas (que mueren) suenan las seis canciones de Paula Mattheus. 

Apaga el Skype y así me quedo yo, otra vez. Quizás después de la sesión la ansiedad pellizca un poco menos. Sé que al cabo de un rato volverá. Ahora se puede salir a correr. Lo suelo hacer de noche, antes de dormir. De cualquier modo, he empezado a cogerle un miedo patológico a la cama y a veces me tumbo en el sofá y amanezco allí. Con todo dolorido (me refiero al cuello, la espalda, la cabeza, el orgullo, la nostalgia).

Ese día al despertar me doy cuenta de que no le dije a «M» que echaba mucho de menos a mi abuela. Y mientras me froto los ojos noto que tengo lágrimas. Joder (y otra serie de tacos). Como odio algunas cosas de mí misma.

Pero ayer también me reí, pensé mientras torpemente preparo café y analizo que tengo el estómago revuelto y que ese día tampoco podré desayunar. Sí, también me río mucho. Con mis amigas, salvándome sin darse cuentas, todos los días al otro lado del teléfono. Qué gracioso, pienso. Y yo sin contarles nada, y yo sin decir nada.

Y yo mintiendo, como buena escritora que soy.

Aquella mañana (esta, la de ayer) empieza encendiendo el Spotify y poniendo una canción de Paula Mattheus. Suenan seis antes de irme a la ducha (no deshice la cama). Qué rutina más triste y hermosa la nuestra, ¿eh?

(Me gusta escribiros por aquí de vez en cuando, mujeres mías, ¿cómo estáis?)


Lista de reproducción de Paula Mattheus (no os la podéis perder)


Photo by Harmen Jelle van Mourik on Unsplash

5 Comentarios

  1. Lecturafilia dice:

    Ufffffff 💔 jamás me cansaré de darte las gracias por lo bien que escribes y por la amistad, por las horas de teléfono y los secretos compartidos. Te quiero, amiga.

  2. Elisa dice:

    Ay Miriam qué ganas de tener un nuevo libro tuyo en casa. Entiendo perfectamente lo que te pasa ,a veces no y te «regaño».Vivimos circunstancias raras y cada una lo está pasando de manera distinta.Es normal que llores acordándote de tu abuela,que te rías sin saber muy bien de qué y que al principio escribieras tanto.De todos modos yo(con todas tus cosas) te veo bien y eso,como no podría ser de otra manera, me alegra.Ahora me toca ir directamente a escuchar algo de Paula Mattheus que para mi es una total desconocida.Ya te contaré.Un abrazo bonica

  3. Ana dice:

    Mi querida Miriam:
    No son tiempos fáciles. Eso lo sabemos tú, yo y todas, pero a pesar de ello has sabido afrontar la situación de mejor manera: escribiendo.
    Siempre te dije, siempre te digo y siempre te diré que tú tienes «duende», «don», «magia». Escribes desde el alma y con el corazón en la mano y eso, al final, despedeza pero también nos brinda la maravillosa oportunidad de leerte, de descubrir historias tan reales como profundas, de esas que pocas veces te encuentras en medio de tanta literatura comercial.
    Entiendo que te duela pués, como te digo, escribes con el alma y el corazón en la mano y plasmas todos tus miedos, todos tus recuerdos, todas tus dudas, toda tu honestidad y verdad y sobre todo, plasmas tu yo más auténtica, más visceral y más tú misma.
    Pero también es cierto que escribir para tí también es una cura, así que, toma aire, cura las heridas, deja que cicatricen y sigue escribiendo, sigue componiendo bonitas historias. Llora, grita, cáete. Eres humana. Pero no dejes de escribir, de crear, de desarrollar esa faceta que es más bien una parte de ti tan fuerte que ya no sabes vivir sin ella.
    Y por supuesto, nunca olvides de vivir la vida que quieres vivir, con sus luces y con sus sombras, pero nunca olvides de vivirla como realmente quieres.
    Y ahora sí… te dejo que sigas escuchando a Paula Mattheus. Yo me voy a descubrirla!!! Aunque si me permites una recomendación… Antonio Vega y su «Lucha de gigantes». Era una persona con una magia especial y con una sensibilidad desbordante al igual que tú.
    Y no me quiero despedir sin decirte que te quiero mucho amiga, que tú también nos salvas sin darte cuenta.
    Biquiños desde tierras pontevedresas.

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