Escribo este post sintiendo un dolor agudo y una profunda decepción. También como una ignorante. Porque yo creí que eso de la sororidad unida al feminismo nos otorgaba un poder que nadie podría arrebatarnos: la fuerza de comprendernos, de estar juntas, de ser invencibles. Creí que dentro del movimiento para conseguir la igualdad de derechos entre mujeres y hombres no existía espacio para el racismo (error), la homofobia (error), el clasismo (gran error) o la transfobia (error, error, error).
Si bien es cierto que la controversia y la diversidad de opiniones en cualquier ámbito es inevitable, sigo sin apoyar ni comprender los discursos que, desde un punto de vista superior opinan y dan sus argumentos en contra de otro colectivo. Se les llena la boca, los teclados de sus ordenadores, los artículos de los medios digitales de comunicación para dar pie a sus ideas. ¿Y lo más terrible? Que eso está viniendo de parte de mujeres, en su gran parte escritoras (que son las que yo sigo más de cerca) a las que admiro, que ponen en tela de juicio que las mujeres trans puedan incluirse dentro del ámbito de los derechos de las mujeres no trans.
Me suena hasta raro escribirlo.
Entonces me doy cuenta de que no sé nada o que, quizás, soy una ingenua. Porque yo en ningún momento me planteé abrirle o no la puerta a nadie a una manifestación, a un debate, a un grupo, a una organización cuyo único fin es lograr la igualdad de los derechos de las personas. Pero poco a poco fui buceando, cada vez sintiendo más miedo y más dolor, y transformando ese dolor en rabia.
Y esto me lleva a Kate Millet y a su política sexual. Y leyendo sobre su vida me doy cuenta de que fue duramente rechazada por su condición de mujer lesbiana dentro del colectivo feminista. Claro, podemos pensar que hace ya algunos años de esto y que hoy no sería igual. Pero cuando empiezas a hablar con una compañera mujer hetero sobre las diferencias entre ser una mujer lesbiana y una mujer hetero en materia de privilegios se produce una incomodidad.
No podemos decir que hay mujeres que tienen más privilegios que otras, eso atenta contra el feminismo.
¿No podemos decirlo?
Si no podemos decirlo, entonces es que estamos profundamente equivocadas.
Luego llegan los ataques. Los ataques a dolor a nuestras hermanas, a nuestras amigas, a las mujeres trans que están siendo excluidas cruelmente de algunos grupos feministas. A las que se les están dedicando artículos que explican por qué ellas no deben estar en la lucha feminista. ¿Y lo peor? Es que estos artículos llegan, o son compartidos, por mujeres icónicas del feminismo para mí (y para muchas otras) lo que hace que el impacto sea más árido.
De pronto, sin más, empezamos a quedarnos huérfanas.
Leo y hablo a diario con mujeres trans. Las busco. Curioseo en sus Twitter, leo sus relatos, busco sus historias, entrevistas y novelas. Hace un tiempo no me gustaría etiquetarlas así, como tampoco me gustaba etiquetarme a mí misma. Me he dado cuenta que la no-etiqueta solo nos invisibliza. Por favor, perdonadme. Perdonadme si no lo hago bien, si me equivoco. Todos los días intento mejorar y aprender.
Perdondadme también por escribir este artículo, fruto de una punzada de traición y de desasosiego acumulada durante semanas. Me quedo helada antes estos ataques, ante esta transfobia horripilante que viene de parte de las que debían de daros, darnos, la mano. No quiero ni imaginarme cómo os sentís vosotras, vulnerables, atacadas, siendo ignoradas y excluidas de un movimiento que necesitáis tanto, o incluso más, que nosotras.
Y podría citar los nombres que he identificado durante las últimas semanas como mujeres que consideran que las mujeres trans no son mujeres. Pero lo cierto es que no quiero que esto se convierta en una rivalidad, en una caza de brujas (como decía Kate Millet también). Sólo espero que, con el tiempo, podamos seguir luchando, trabajando y aprendiendo, solventar estos errores de pensamiento y caminar hacia un punto en común.
¿Mientras tanto qué podemos hacer?
Mientras tanto gritemos. Seamos activistas. No nos callemos. Denunciemos las injusticias. Tengamos debates pacíficos. Si son insuficientes, elevemos el tono de voz. Demos un golpe en la mesa.
Seamos consecuentes con el grado de injusticia y dolor que el pensamiento de las feministas TERF están inculcando entre nosotras: entre todas las mujeres, sin distinción, amen a quien amen y sean cómo sean, provengan de dónde provengan.
Trans women are women
Photo by Sharon McCutcheon on Unsplash
En materia de género y feminismo, podéis verme en viernes 17 de enero en la Librería Berbiriana (en A Coruña) a las 19.00h acompañando a mi querida Silvia López hablando de La política sexual de Kate Millet.