Hace unos días estaba tomándome algo con un buen amigo. Como casi siempre que quedo con alguien que me conoce bien, lo primero que ha hecho ha sido preguntarme por la escritura. El tema de conversación empezó a evolucionar por otros derroteros hasta terminar en una frase muy esclarecedora: «Es bueno leer aquello que tú disfrutas escribiendo. O, tal vez, debería decir lo que sufres escribiendo».
Es un secreto a voces el sufrimiento de cualquier artista, sobre todo el que se implica emocionalmente en esta tarea. Hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que el gusto por escribir y la pasión por hacerlo está ligada de forma íntima a lo que nos cuesta y nos desgasta. Como cualquier otro compromiso, obligación o trabajo es, al fin y al cabo, una carga. Una carga que nos reporta maravillosos beneficios pero siempre tendremos la sensación de que estos llegan tarde y rara vez compensan el alma que nos dejamos en ella.
Es mi alma la que lo necesita antes que nada, me lo pide a gritos, es muy insistente y caprichosa.
No, realmente, no podríamos escribir solo para ellos. Para vosotros.
Por favor, no me entendáis mal. Una novela no sería absolutamente sin aquellos que la tomáis entre vuestras manos y la leéis con cariño y honestidad. No tendría sentido ninguna de mis páginas escritas si nadie dedicara su tiempo a leerlas. Lo sabéis, lo he dicho muchas veces, mis historias os pertenecen y tienen su razón de ser en los que las revivís en vuestras casas cuando yo ya me he despedido de ellas. Este es el ciclo y el acuerdo al que hemos llegado y lo valoro como el tesoro más preciado. Pero os puedo asegurar que, egoístamente, cuando me siento a escribir lo hago para mí.
De lo contrario, no podría hacerlo. Es mi alma la que lo necesita antes que nada, me lo pide a gritos, es muy insistente y caprichosa. En la literatura reside (y ha residido siempre) mi motivo de vida desde que soy una niña, aunque no siempre he sabido verlo. La necesito. Si no estuviera ahí no tendría sentido nada para mí. Y no es una frase poética ni un alarde, es una realidad. Las veces que he intentado apartarme durante un tiempo de la literatura el resultado ha sido desastroso.
He discutido mucho este tema con otros compañeros de profesión y me he dado cuenta de que hay tantos tipos de escritores como novelas. No es algo que me extrañe, aunque a veces es complicado que nos lleguemos a entender unos con otros. Envidio a aquellos que son capaces de darle a la tecla y que admiten divertirse y evadirse con facilidad, un ejercicio que les permite relajarse (yo escribí así durante muchos años). También a los que no soportan dentro de sí la presión interna por escribir, los que no se torturan por tener que hacerlo, los que lo hacen sin más porque fluye. Y a los que dicen que nunca han sufrido el bloqueo del escritor… ¡Dichosos sean!
Las veces que he intentado apartarme durante un tiempo de la literatura el resultado ha sido desastroso.
Hay una espinita que ronda por ahí a veces. No sé explicarlo del todo bien, pero es una sensación que soy capaz de notar que me produce un placer y una paz. Es la escena de verme a mí misma escribiendo una parte de la que he disfrutado especialmente y, como una adicta, me siento frente al texto en blanco para volver a sentirla. Eso me lleva a frustrarme en ocasiones, porque cuando quiero escribir siento miedo y me angustio. Y no puedo. A veces tardo demasiado en recuperar dicha sensación (¿cómo podemos llamarla? ¿felicidad?). Casi podría recordar esas partes escritas en mis novelas en las que he sentido esa sensación.
Cuando Ruth conoce a Olga en aquella cena familiar.
Cuando Olga se baña en el río y se ríe a carcajadas.
Cuando Dorotea llega a Fontiña por primera vez.
Cuando Olivia y Laura viajan a Argentina.
Cuando esa flor violeta… ¡Ups!
Hay muchas más.
A veces le digo a mi mujer que sufro mucho escribiendo y que antes eso no me ocurría. Entonces ella me dice que siempre he sentido lo mismo pero, una vez transcurrid el tiempo, me agarro a lo positivo que sentía y me olvido de lo que me ha costado. Y yo le agradezco esa honestidad, porque es increíble la facultad de mi mente de intentar colmar mi pasado de optimismo (gracias, mente) y de hacerme creer que ahora todo es más difícil. No, Miriam, esto siempre ha sido igual de duro.
Pero cómo disfruta, en realidad, esta gallega cuando escribe. De verdad. Y ahora pensaréis que soy una contradicción. Pero escribir me permite entenderme y encontrarme a mí misma. Perdonarme. Me permite dejar de estar sola y comprender las razones de ciertas vivencias y las mentiras de otras tantas. Me ayuda a aprender a despedirme, a mitigar la angustia. Escribir me mantuvo a flote siempre, fue mi motivo para respirar. Mi mundo no se puede terminar porque todavía tengo que escribir esta novela.
Cada vez que escribo entradas así me acuerdo de La mujer loca de Millás.
—¿Tú escribes porque sí o porque no?
—La verdad, no me lo había planteado.
—¿Pero eres escritor o tienes escritura?
Así que espero que no os enfadéis conmigo por mi egoísta dedicación a la escritura, por reconocer que, en primera instancia, lo hago todo por mí. Sé que lo entenderéis. Porque sabéis que los que estáis ahí, al otro lado, sois los que me ayudáis a afrontar los bloqueos, a mitigar el cansancio, los que me dais alas, los que le dais poder a mis letras. Si yo me rindo cien veces, vosotros me animáis un millón más.
Pero cómo disfruta, en realidad, esta gallega cuando escribe.