5 obras autopublicadas imprescindibles del 2016

Este año 2016 ha estado colmado de lecturas (a finales de noviembre puedo presumir de poco más de 60 libros concluidos este año). Mis elecciones literarias han bailado en un equilibrio entre obras editoriales y libros independientes. Dejando a un lado los prejuicios que hay sobre estas últimas, me gustaría recomendaros 5 de las novelas autopublicadas que están a la altura de los grandes gigantes que plagan las estanterías de las librerías más importantes:

Azul Capitana

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Descubrir a María Fornet, de causalidad, fue muy enriquecedor. Y no solo por la novela que os recomiendo encarecidamente, sino por el interesantísimo contenido de su web como psicóloga y escritora.

Estricnina

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Peculiar, original y talentosa. Es la manera más acertada de definir esta obra de Mercedes Sáenz que regala un toque diferente al género negro de suspense en la España más castiza.

 

El grito de los murciélagos

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La mejor novela del veterano escritor autopublicado Jesús Carnerero, con un importante contenido autobiográfico que trata, por cierto, de la aventura de ser un autor indie.

 

Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café

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Una urbana y actual colección de relatos firmada por Isaac Pachón que, desde luego, ha sabido sobresalir (y mucho) en el panorama independiente.

 

Nunca dejes de mirarme

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Soy fan de Carol Munt desde que leí En el punto medio del corazón. He tenido el gusto de ser lectora cero de su última novela y, tan solo añadiré, que a cada paso que avanza, más me entusiasma.


Creo que estas cinco novelas, entre otra que he leído a lo largo de este 2016 y que son una honra de la autopublicación deben ser el sello de identidad que defina a esta nueva vertiente literaria.

Escritores y escritoras, novelas y relatos, que nada tienen que ver con la lectura ligera y sin calidad. Todo lo contrario. Es literatura diferente, fresca, cuidada y con años de trabajo detrás de cada historia. Creo que los que queremos seguir trabajando en este complicado y difícil camino tenemos que saber defender con dignidad nuestras letras y aprender a diferenciar la autopublicación de verdad del fenómeno «explosivo» en el que algunos han convertido el escribir

 

 

 

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¿Pero eres escritor o tienes escritura?

—¿Tú escribes porque sí o porque no?
—La verdad, no me lo había planteado.
—¿Pero eres escritor o tienes escritura?

La cita pertenece a mi última lectura, La mujer loca de Juan José Millás. No siempre es sencillo encontrar un libro justo para lo que lo necesitas. Muchas veces los que leemos o escribimos somos tan torpes que sin una novela bajo el brazo no somos capaces de seguir.

Para mí esta mujer loca ha sido como una especie de antídoto agudo con efectos secundarios. Como otras muchas obras que existen, Millás ahonda en la gramática, en la lengua, en el trauma de ser escritor y en la mentira de querer serlo. Cuando me topo con historias así respiro tranquila. Para mí la literatura significa tanto, significa todo, que el poder encontrar referencias de otras almas que la viven como yo (o incluso más) me hacen creer que esta obsesión no es del todo perjudicial.

Hace tiempo, cuando asistí a cierta terapia, se me subrayó una faceta de mi carácter que, si bien no puede llamarse patología, se sufre como tal. Hipersensibilidad. No fue ninguna sorpresa, desde niña fui demasiado aprensiva y me pasaba los días sumida en una explosión de emociones constante. Recuerdo como siempre terminaba llorando en clase de música cuando la profesora encendía el radiocasete y era víctima de las risas de mis compañeros. La profesora se acercaba a mí y me preguntaba por qué lloraba. Y yo contestaba que lloraba porque lo sentía muy adentro.

Y lo sentía. Pero es curioso que esa sensibilidad tan humana solo se acentuaba con la música. Ni siquiera el cine o los libros lograban hacerme llorar de esa forma. Tal vez, por esa razón, comencé a refugiarme en ellos tan pronto y me obsesioné de esa manera. Y es que en sus personajes encontraba la manera de entenderme, de quererme y de saber que lo que yo sentía a veces era normal, que no era una niña loca.

Volviendo al tema de la hipersensibilidad. Aunque no se considere una enfermedad psicológica, como he dicho, yo quería encontrar la manera de mitigarla. Sentir tan fuerte las relaciones humanas, el amor, la amistad, los problemas en el trabajo me suponía un desgaste de energía brutal. Mi terapeuta me dijo: Pero tú escribes. Desgasta esa sensibilidad para escribir y conviértela en acero para la vida.

La profesora se acercaba a mí y me preguntaba por qué lloraba. Y yo contestaba que lloraba porque lo sentía muy adentro.

 

 

 

 

Acerca de escribir, cambiar, crecer…

Ante de comenzar, cito textualmente de unas palabras que la escritora María Oruña ha publicado en sus Redes esta semana:

¿Qué construye a un buen escritor?
¿El talento? ¿La técnica? ¿La ineludible suma de ambas?
Yo creo en el talento como herramienta fundamental. Y en la técnica como pulidor imprescindible para, a la larga, no quedarse en el camino.
Pero también creo que el buen escritor es, fundamentalmente, quien tiene algo que contar. Y no considero que tenga que haber ido a uno, ninguno, ni a docenas de talleres de escritura creativa. Puede serle útil, desde luego, pero el mejor maestro, en mi opinión, es leer. Y leer de todo, de la forma más heterogénea posible.

Y, como ella misma cita del novelista y poeta Jonh Gardner:

…Pero sólo sobrevivirá el escritor realmente grande, el que entienda plenamente cuál es su oficio, el que esté dispuesto a dedicarle el tiempo necesario y a asumir los riesgos también necesarios, dando por hecho, claro está, que el escritor sea profundamente honesto y, al menos, en su escritura, cuerdo.
En un escritor, la cordura no pasa de ser esto: por idiota que pueda ser en su vida privada, jamás hará trampas cuando escriba.

¿Pueden tratarse de reflexiones más acertadas y más sinceras que estas?

Me parecen brillantes, en su conjunto. Definen la literatura y el escribir con honestidad, con verdad, lejos de los tópicos, lejos de los tediosos discursos de marketing que no tienen alma ni intención artística. Hay esperanza, todavía, cuando figuras de la literatura contemporánea como esta autora gallega nos regalan reflexiones tan verdaderas y valientes como tal.

Llevo más de un año en el mercado literario nacional e internacional, publicando esencialmente en formato digital, aunque he tenido el gusto de realizar varias ediciones de mis novelas en papel. El caso es que, bajo un nombre desconocido y una etiqueta de género intimista que a muchos les resulta soporífera resulta complicado mantenerse fiel a una misma e intentar llegar a lo más alto de los rankings de ventas.

Entonces llegó un punto que asumí mi verdad. Y a partir de entonces estoy más tranquila, y saboreo el llamado éxito a diario, sin necesidad de ser la que más vende, sin necesidad de que mis regalías me permitan dejar mi otro trabajo, sin necesidad de ser aplaudida por una gran masa de lectores. Y esta verdad es la que nace de cada latido, el motivo primero por el cuál la Miriam niña comenzó a escribir en una libreta porque le gustaba imaginar, sin pretensiones, sin ser ambiciosa, sin querer ni tan siquiera ser recordada. Esa Miriam inocente que escribía, solo escribía, para ella.

Y yo he decidido proteger mis novelas y protegerme a mí.

¿Hay sacrificio? Sí.

Porque nada te garantiza que seas buena en tus letras. Hay personas que te dirán que sí, otras que te fusilarán. Y la mayor parte que ni siquiera te dedicarán un minuto de su tiempo.

Con esto quiero decir que he crecido mucho en los últimos meses, sobre todo a raíz del Concurso Indie 2016 donde he estado rodeada durante un tiempo por otros autores con las mismas inquietudes que yo y con otros guiados por diferentes intereses diferentes. Y, la verdad, resulta complicado encajar en ocasiones.

Porque, sí, el escribir es algo a lo que te tienes que enfrentar solo en realidad.

Y yo he decidido proteger mis novelas y protegerme a mí.

Esto es arriesgado, porque hay personas en este cambio de actitud que han creído que yo me olvidaba de los míos, de todos esos autores que he leído y reseñado (y no son pocos), a los que guardo en mí y a los que he dedicado parte de mi tiempo. Sin embargo, ese tiempo es en esencia mío, cada uno decide a quién y a qué dedicárselo. Es cierto que he sufrido una metamorfosis importante, que he dejado mi Blog personal para centrarme en la crítica literaria en A Librería, que ya no puedo leer a tantos compañeros como antes, que mis metas son otras y que mi actitud también.

Pero escribir es un ejercicio duro. Después de terminar Marafariña Todas las horas mueren estoy exhausta y necesito calma. Ahora estoy escribiendo en el regocijo del silencio y eso exige mucho de mí.

Estoy en el momento de escuchar a los que quieran hablarme, de asumir las críticas y de abrazar los elogios.

Estoy creciendo y aprendiendo, estoy buscando mi lugar, mi propio lugar. Estoy defendiendo mi tierra imaginaria conquistada, mi Marafariña y mi Fontiña. 

Proceso creativo: ¿Cómo nació «Todas las horas mueren»?

Fontiña se entremezclaba con Marafariña, y Olga y Ruth con Olivia y Dorotea en un macabro juego de mis musas por volverme loca.

Aunque ahora ser celoso de la privacidad resulta todo un reto, dado que las Redes Sociales son un suculento medio de catarsis y de desahogo inmediato, lo cierto es que todos los escritores guardamos nuestras debilidades y flaquezas bajo llave. Esto no tiene nada que ven con la vanidad (tal vez sí, pero un poco), sino más bien con el temor.

Es harto conocido, y reconocido, que escribir un libro es toda una hazaña que, además, implica momentos duros con uno mismo. Al fin de cuentas, ese diálogo entre nosotros y nuestra historia se prolonga durante meses, durante años y con ella se crean vínculos muy reales de difícil definición. El autor debe amar y querer su proyecto, mimarlo con cuidado y dedicarle el tiempo necesario. Durante ese período creativo, dentro de ese círculo secreto, nada puede importunarnos ni detenernos.

Pero, ¿cómo nace la idea precisa de una obra? ¿De dónde me surgió el Café de Fontiña y sus personajes? ¿Por qué?

Al contrario de lo que pueda parecer, no fue algo premeditado. De hecho, estaba totalmente inmersa en la escritura de Marafariña Libro Primero cuando ese precioso aroma a café se acercó a mis fosas nasales sin piedad. Lo primero que me acarició fue el título, que vislumbré con una claridad abrumadora. Y, acto seguido, la figura de Olivia Ochoa me cautivó. Me encontraba en un aeropuerto y todo lo que tenía cerca para tomar notas era mi teléfono móvil. En ello anduve entretenida un buen rato.

A las pocas horas, el aletazo de inspiración ya había hecho crecer toda una planta en la maceta de mi imaginación. Me consideré afortunada y maldita al mismo tiempo: mi mente se sobrecargó las semanas posteriores. Por mucho que quisiera relegar la escritura de esa novela para más adelante, no podía ignorarla. Empecé a escribirla despacio, a sabiendas del formato que quería darle y la extensión que tendría. Era tan diferente a mi ópera prima que sentí hasta pavor. ¿Por qué? Tal vez es que la literatura es tan caprichosa que ni nosotros mismos podemos definirnos. Fontiña se entremezclaba con Marafariña, y Olga y Ruth con Olivia y Dorotea en un macabro juego de mis musas por volverme loca. Ambas novelas compartieron el alma, pero Todas las horas mueren desechó los aspectos puramente autobiográficos para criarse en la más absoluta ficción.

Dorotea y sus motivos aparecieron después. Y también Laura. Tampoco formó parte de una ardua tarea de meditación, solo llamaron a la puerta cuando lo consideraron oportuno. Ellas se hicieron encajar y yo nada podía hacer por detener esas vidas que ya habían comenzado.

Un escritor está a merced de lo que los hilos de la historia determinen, es un mero títere, una marioneta sin voluntad. Los personajes y sus lugares crecen y se imponen, sabiéndose libres y poderosos. ¿Cómo importunar o obstaculizar su voluntad? ¡Sería tan insensato coaccionar su libre albedrío!

Las opiniones y críticas: ¿Cómo conseguir que los lectores valoren nuestro trabajo?

Escribamos algo de categoría, con clase, con talento. Una historia nueva, o renovada, que no solo invite a su lectura, sino que invite a seguir hablando de ella una vez que el e-reader se ha apagado.

¡Dos meses desde que comenzó el Concurso de Amazon 2016 que ya está tocando a su fin! Al menos en lo que el período de promoción se refiere, ya que tendremos que esperar hasta finales de septiembre para conocer a los cinco finalistas de tal batalla.

Aunque en las condiciones oficiales se precisa únicamente que, además de la viabilidad comercial, se tendrán en cuenta otro factores como la originalidad del argumento o la calidad literaria, son muchas las especulaciones con respeto al gran misterio de los criterios de Amazon para dicha selección. De hecho, los rankings que han podido seguirse para aventurar algunos títulos que, tal vez, pueden tener la oportunidad de llegar a lo más alto, son bastante inestables y diferentes entre sí.

Las opiniones y valoraciones que cada novela luce en su ficha por parte de los diferentes lectores puede ser un punto a favor para la visibilidad y para impulsar nuevas compras. Estamos hablando de un punto clave para los escritores porque, además, les permite saber qué sensaciones está causando su nueva obra. Es una especie de foro de intercambios donde el autor puede responder a dichos comentarios y crear un debate sano desde el respeto (es la imagen que interesa y debemos dar, como profesionales).

Muchos me habéis preguntado cómo obtener estas valoraciones, algo que es una hazaña titánica. No solo queremos que una persona descargue nuestra novela y la lea, queremos que deje constancia de qué es lo que le ha gustado, qué es lo que no y si recomendaría el libro a otras personas. No soy, ni de lejos, la autora independiente más valorada, pero sí que en la publicación de mis dos primeras obras he conseguido un número nada desdeñable de estrellitas acompañadas de valoraciones bastante extensas y honestas, lo que siempre es un criterio muy valioso a la hora de elegir algo nuevo que leer (en Agosto 2016, Marafariña tiene 57 comentarios, y Todas las horas mueren 22).

Hay muchos de los lectores que, por inercia y criterio propio, dejarán una opinión al terminar de leer y, con suerte, ésta será contundente y sincera. Pretenden informar aconsejar a futuros compradores sobre el producto (lo sé, es una forma fría de referirse a la literatura, pero para ser leído, es necesario vender nuestras letras). Sin embargo, habrá muchos otros, la gran mayoría, que se evaporarán como fantasmas y nunca sabremos qué le ha hecho pensar nuestro libro.

Una manera de invitar a que dediquen unos minutos de su tiempo a escribir en nuestro escaparate novelesco es dejar una educada (y decorada) petición al finalizar la novela. Con suerte, los que han alcanzando el final han encontrado algo interesante y entretenido y en la misma, no está de más que los animemos a contarlo al resto. Otros, tal vez, opten por dejarnos un mensaje en las Redes o escribirnos un e-mail.

Otra forma es pedirlo de forma insistente, sin excedernos. O recompensarlos de algún modo (sorteos, por ejemplo). Es de vital importancia, eso sí, ser muy agradecidos y educados, aunque en ocasiones lo que han escrito sobre nuestra obra no nos guste, o nos decepcione. Están en su derecho, no lo olvides.

Pero lo primordial, la base de conseguir las ansiadas estrellas no es otra que el alma que logremos desprender con nuestro escrito. Ofrecer al lector algo intenso, profundo, algo que agudice sus sentimientos para bien (o incluso, para mal). Escribamos algo de categoría, con clase, con talento. Una historia nueva, o renovada, que no solo invite a su lectura, sino que invite a seguir hablando de ella una vez que el e-reader se haya apagado. Cuidemos nuestros libros, cuidemos a nuestros lectores y brillemos con luz propia en nuestra narrativa y personajes. Entonces, nacerán. 

Cinco frases que demuestran que «Todas las horas mueren» es una novela optimista

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Si bien es cierto que tanto Marafariña como Todas las horas mueren pueden encuadrarse en novelas existencialistas con tintes de drama literario, tal y como sucede con la mayoría de las obras del género más intimismta, quiero defender fielmente que no pretendo caer en el desencanto. Han sido varios los lectores que consideran que Todas las horas mueren es una novela amarga, triste y con un final un tanto desalentador.

Yo les he invitado a leer más allá de lo simple, a reflexionar, a hacerse preguntas. ¿Es realmente una novela pesimista? Os muestro cinco extractos de la obra que demuestran todo lo contrario: 

 

1ª) 

¿Que qué es para mí la felicidad? Creo que carezco de conocimiento, sentimientos y argumentos para dar una respuesta a tal pregunta. Pero diría, con cierta valentía, que la felicidad es el imposible más posible que existe para el ser humano.

2ª)

—¿Dónde se encuentra realmente la felicidad?
Dorotea saboreó el delicioso café. Estaba tibio.
—En lo que hacemos. En lo que hicimos. En lo que haremos. O, mejor dicho, en lo que amamos o amaremos.

3ª)

—¿Sabes por qué me dedico a las flores? Porque son opacas. Son tan hermosas que ocultan todo lo demás.

4ª)

No es cierto que todas las horas mueren. En realidad, las horas permanecen ahí, lo que muere es el tiempo, pero las horas son eternas e infinitas. Seguirán transcurriendo a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta.

5ª)

No pienses ni te tortures, como yo, por la mortalidad de las horas. Olvida, mi querida Dorotea, que todas las horas mueren.

Podéis adquirir aquí Todas las horas mueren

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Los «Café» en la literatura

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El amor por las cafeterías (o «Café») comenzó en mí hace algunos años. Creo que la magia que radica en estos lugares es como un punto de encuentro anónimo donde, en ciertos momentos, podemos mitigar la soledad. No me refiero exactamente al hecho de ser un local para hacer vida social en el sentido estricto de tal hecho. Me refiero a acudir allí, sin compañía, sin pretensión de encontrarse con ningún rostro conocido ni entablar conversación necesariamente con nadie.

No somos pocos, en realidad, aquellos que disfrutamos de la exploración de la vida de los Café en solitario. Sentarse en la barra o en una mesa, con un libro o sin él, y degustar un café en sus diferente formatos y maneras mientras observamos y dejamos atrás el silencio que nos ahogaba.

Comencé a hacerlo hace algunos años y aquí es donde toca vaciar un poco el alma y sincerarme. Cuando las terribles y oxidadas cadenas de una depresión aguda se impusieron en mis extremidades, cualquier actividad cotidiana podría suponer un reto insalvable. Durante un tiempo, tan solo salía de mi habitación para acudir al trabajo o a las clases. Llegó un punto que, incluso, realizar mis obligaciones me resultaba algo demasiado forzoso. Empezaba a desarrollar un patológico miedo a salir a vivir en el mundo, motivado principalmente por no contar con nadie que me pudiera acompañar.

No somos pocos, en realidad, aquellos que disfrutamos de la exploración de la vida de los Café en solitario.

Una de las terapia de choque que me auto impuse para empezar a curarme y quererme un poco fue el salir a tomarme un café sola y, de vez en cuando, incluso ir al cine. Recuerdo que las primeras veces que acudí a un bar y me pedí un café, junto a una silla vacía, me sentía ridícula y ahogada por el desencanto. Pero, poco a poco, imponiéndome tal rutina, empecé a disfrutarlo realmente. Ir a un Café a matar un rato de la tarde, a escribir, a leer o a observar, se convirtió en un placer.

Durante este proceso, tuve la suerte de descubrir cafeterías realmente bonitas, con alma y esencia propias. Degusté mil y un cafés y, con el tiempo, conocí muchísimas historias. Rodeada por ese aroma, y esa vida peculiar, mi amor por los «Café» fue convirtiéndose en una auténtica necesidad.

Por supuesto, no soy un caso especial. De hecho, si somos más o menos buenos lectores, descubriremos que la literatura está plagada de estos lugares, de estos segundos hogares, que suponen el núcleo centrar de la vida de la novela. Un ejemplo clarísimo es The Whistle Stop Cafe de la novela Tomates verdes fritos, que creo que todos conocemos a la perefección; también el Café de Doña Rosa en La Colmena supone un punto clave del argumento; o el Bar de Oli de la novela Lágrimas en la lluvia de mi adorada Rosa Montero; además de Las Tres Escobas de la saga Harry Potter; y el Café Rosalía de Castro en Marafariña… o el Café de Olivia Ochoa en Todas las horas mueren…

¡Maravillosos Café, donde llenar nuestras horas y olvidarnos que éstas mueren!

¿Y vosotros, que cafeterías literarias conocéis?

Leer

No deja de ser sorprendente que en una clase con una media de veinte alumnos, tan solo fuéramos dos o tres los que tuviéramos inquietudes por las letras

En mi época escolar, escribí bastantes redacciones enfocadas al tema de «leer». Lo cierto es que tanto el profesorado de lengua y literatura castellana, como el de la lengua gallega, insistían bastante en la necesidad de cultivar un amor por las letras, lo que implicaba cierta dedicación personal, al margen de las estrictas obligaciones estudiantiles.

Me encantaba poder escribir sobre ese tema, y en más de una ocasión recuerdo que la adorable profesora de literatura eligió mi texto para leer ante mis compañeros. No deja de ser sorprendente que en una clase con una media de veinte alumnos, tan solo fuéramos dos o tres los que tuviéramos inquietudes por las letras, más allá de leer la última de «Crepúsculo» o buscar el libro más delgado de la biblioteca para solventar las lecturas obligatorias. Este tema no deja de ser, cuanto menos, preocupante.

Y ya no quiero referirme a un obvio problema de cultura y de desinterés por algo tan importante para la sociedad como lo son los libros escritos que podemos leer, que contienen multitud de conocimientos imprescindibles. Quiero referirme a que no deja de ser amargo que haya un porcentaje tan elevado estudiantes jóvenes que tengan un desinterés absoluto por añadir la lectura a su lista de aficiones, porque ellos serán las generaciones del mañana.

Dicha cuestión puede agravarse todavía más si consideramos lo que puede implicar la ausencia de la pasión por las historias escritas en la sociedad. Casi podríamos referirnos a una dolencia, a una enfermedad. Las carencias que provoca la ignorancia de los libros son obvias, y van mucho más allá de la destreza ortográfica o la riqueza del léxico. El alma se consume más rápido, la vida es más breve, el vacío de las horas es, simplemente, vacío.

Para mí, como lectora, la inexistencia de una lectura en curso es inconcebible. No contar con el abrazo, el aliento, la compañía de un libro es, simplemente, aterrador. Estar sola en una sala de espera, estar sola en la soledad del hogar, tomarme un café sin la grata compañía de un personaje y de su historia… ¡Atroz! Las calles solo serían calles, los atardecer solo serían atardeceres, el amor solo sería amor y la muerte tan solo sería muerte.

La cura para tal mal es complicada y esto los que leemos lo sabemos muy bien. Si bien es cierto que no sufrimos un desprecio generalizado, dedicarse a leer de forma intensiva es, en ocasiones, visto como una rareza. Es más común, y más aceptado, el hecho de perder horas frente al televisor, visionando vídeos en la Red o transcurrir la tarde en la ardua tarea de no hacer nada. Y con esto no quiero abogar porque todas estas formas de matar el rato sean inferiores o deban ser erradicadas, de ningún modo. Hay lugar para todo, incluso para las letras.

De esta forma creo que sería importante que la lectura, al margen de las tecnologías más dinámicas y visuales, siga teniendo una función destacada en la rutina. Que volvamos a retomar las visitas a la biblioteca del barrio y a nadar en todo lo bueno que un buen libro puede reportarnos. Leer dio, da y dará nuevos matices a nuestros días. Nos permite viajar sin movernos, nos deja soñar en cualquier momento del día, nos provoca llantos sinceros y carcajadas desproporcionada.

Leer nos eterniza, más que cualquier otra cosa. Los libros son la materialización de los sueños y de las pesadillas del ser humano. Es la vida misma, pero con matices hermosos.