Ellas, nosotras, vosotras: Testigos de Jehová

Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Tal vez es que yo ya no paseaba demasiado por las calles del pueblo donde me crié, porque muchos motivos habían propiciado mi mudanza hacia tres años. O tal vez cuatro. No supe cómo reaccionar, pero en ese instante me costaba caminar con normalidad como si me hubiera vuelto torpe de repente.

Quería saber si me miraba o no. Y sí, me miraba. Incluso se detuvo en su caminar. Yo, por inercia, me paré también. Pensé en el análisis que estaba realizando de mí misma. La miraba. Conocía ese maquillaje tímido en el rostro pero, sobre todo, reconocía el uniforme del servicio de campo: una falda por debajo de las rodillas (preferiblemente hasta los tobillos) y una blusa recatada y formal. Llevaba la misma chaqueta de lana de siempre y el cabello recogido en una coleta sin gracia. No me salieron las palabras, porque me sentía culpable y avergonzada. Porque era consciente de lo que se decía de mí en la Congregación de los Testigos Cristianos de Jehová.

—Miriam.

Dijo. Y sonrió. Yo di un paso al frente. Yo también le sonreí, con una mezcla de alegría y extrañeza. Al fin y al cabo, Patricia y yo habíamos sido amigas durante algún tiempo. Unas amigas especiales, eso sí. Porque nuestros planes eran salir a predicar la palabra de puerta en puerta los sábados y los domingos por la mañana, o quedar para repasar la Atalaya alguna tarde de lunes. O nos sentábamos juntas en las reuniones y en las asambleas. Y hablábamos, sí. Hablábamos de muchas cosas. Patricia confiaba en mí, y yo confiaba en ella. Sin embargo, jamás le conté cómo me sentía en realidad, jamás le confesé la losa que arrastraba. Patricia, mi amiga Patricia, se enteró de todo como los demás: mis ausencias a las reuniones y el posterior anuncio de la expulsión pública de la organización.

Le tendí la mano pero ella me abrazó y me dio dos besos. Cuando la volví a mirar, elevando la mirada pues era muy alta, tenía lágrimas en los ojos. Sabía que ella no podía hablar conmigo. Que ninguno de ellos podía hablar conmigo. Cuando una testigo de Jehová era expulsada, se convertía en una apestada, una repudiada, en un ser detestablemente invisible. Me había acostumbrado a esa situación, pero no por ello me resultaba menos complicada. Para mí, por el momento, las personas no podían ser invisibles.

—Te veo tan bien, Miriam.

Volvió a decir mi nombre. Siempre me ha emocionado que las personas pronunciaran mi nombre. Me hacían sentirme viva.

—Gracias, Patricia.

—Te queda bien el pelo corto. Y se te ve feliz. Tenía miedo de que no estuvieras bien. Pero yo sabía que sí. Yo sabía que tú antes no estabas bien.

Llevaba en la mano una pareja de revistas. Por qué permite Dios el sufrimiento. Tal vez Patricia se hacía esa misma pregunta, pero seguía mostrando ese rictus eternamente sosegado. Sentí una punzada de dolor en el pecho.

—Sí… gracias. Pero han sido unos años largos. No ha sido fácil poder llegar a sentirme así —confesé, como queriendo otorgarme un mérito vacío.

—Lo creas o no, se te respeta. De verdad. Para mí fue doloroso escuchar que ya no estabas entre nosotros, ya sabes lo que eso implica pero… —Me cogió de la mano. Di un respingo—. Te conozco, fueron muchos años siendo compañeras. Sé que tenías fe auténtica, y también sé que pusiste todo de tu parte por seguir siendo quién tenías que ser.

—Ya —respondí, sin entenderla.

—Sé que eres lesbiana —replicó. Yo me atraganté con mi respiración y tosí—. Lo siento, no te lo he dicho como algo despectivo. Sé que intentaron hacer que fueras diferente. Estar con ese hermano no tuvo que ser fácil para ti.

No fui capaz de responder, pero asentí. Me sorprendía la libertad con la que las palabras de Patricia volaban de su boca. Una hermana bautizada y asidua predicadora aceptaba mi nueva orientación sexual con una tolerancia abrumadora. Quise abrazarla, quise preguntarle por qué había tenido que sufrir tanto. Y quise preguntarle qué pensaba de mi. Pero sus ojos eran limpios, bonitos, sinceros y amigables.

—Pero ahora estoy bien —dije, simplificando un puñado de años en una sola frase.

—Se te ve bien. Se te ve tú. Tú, Miriam, que siempre tenías esos ojos tan tristes.

Patricia tenía que irse. También sabía que miró alrededor para ver si alguien nos estaba mirando. Y que volvería a casa con cierto peso en la conciencia por estar hablando con alguien como yo, alguien con quién no debía hablar.

—A ti también se te ve muy bien, Patricia.

—¡Oh! Bueno. Me voy a casar en un mes con un hermano que conozco desde hace unos meses. Se apellida Ferreiro, como el cantante. Así que a partir de ahora seré Patricia de Ferreiro.

Soltó una risita cargada de pena. Otra mujer más, pensé, como yo. Mujeres cristianas, creyentes, sumisas. Casadas. Que perdían su voz y que perdían, incluso, su apellido. Le dije a Patricia que me alegraba mucho y que esperaba que fuera muy feliz. Ella me contestó que lo sería, estaba segura, con la ayuda de Jehová Dios.

—A ti también te ayuda, lo sé.

Me despedí con un abrazo más frío que el inicial. Mientras la vi alejarse con su maleta cargada de esperanza religiosa, pensé en que realmente estaba equivocada. A mí nunca me había ayudado ningún Dios. De hecho, prefería que el Todopoderoso excusara de mandarme su misericordia.

Sentí pena al perder de vista a Patricia y noté cómo me escocían los ojos. Me vi reflejada en el escaparate de esa cafetería y, al ser consciente de mi propia metamorfosis, sentí miedo. Y también, el sabor de ser una mujer libre.

Photo by Aaron Burden on Unsplash


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Para saber más…

La homofobia no está prohibida

Mis novelas de ficción autobiográfica que hablan sobre mi experiencia:

Marafariña

Inflorescencia

¿Te has quedado con ganas de más? ¡Puedes ver mi último vídeo en Youtube!

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Ya está a la venta Inflorescencia

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A principios de mayo anuncié la autopublicación de mi próxima novela con este honesto y sincero post, plagado de «fracasos» pero, también, de ilusiones. A finales del mes de las flores, por fin, hacía público el título y la portada de la obra, que tuvo una acogida cálida y tierna por vuestra parte, de la que no podía sentirme más feliz. Y, como último paso, os regalaba un capítulo inédito de la novela con la preciosa ilustración de Gemma que, no está de más, recordar aquí:

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Ruth y Olga llevan esperando casi tres años a volver a Marafariña, a ver cómo florencían los campos de esa espesura, para intentar recuperar la fe, la confianza o una parte de lo que el pasado les ha negado. Y yo, junto a ellas, mis mejores amigas, he estado ahí, paciente, mimándolas, cuidándolas, regándolas, haciéndolas crecer. Y durante los años que duraron estas páginas, me gusta decir que las tres (y yo en un segundo plano) compartimos una sororidad que, ahora, espero que vosotras sintáis en las páginas de Inflorescencia que ya está, ahora sí, a la venta.

Y, tal y como ocurrió con Todas las horas mueren, esta obra participará en el Premio Indie de Amazon de este año. Así que me gustaría que me ayudaséis a que estas flores brillaran más que nunca. ¿Cómo? Adquiriendo la novela y dejando vuestra sincera opinión en su ficha de Amazon y en Goodreads. Y, también, que le habléis a vuestra familia, a vuestras amigas, a todo el mundo, de ella. Tal vez así, entre todas, sepamos hacerla brillar.

Y sin más dilación, os vuelvo a recordar la sinopsis oficial y los enlaces de compra más abajo:

Una buena nueva guiará la vida de Ruth de vuelta a una Marafariña que luce sola. Lo que ella no podría imaginarse después de la catástrofe del Prestige, era encontrarse que luciría una espesura blanca. 

Han pasado años desde que abandonó la libertad y su ser de esas tierras, pero tal vez nunca son demasiados cuando se acerca al tintineo hipnotizante y fresco del río, cuando se enfrenta ante la iglesia tapiada de recuerdos o cuando alcanza la inmensidad de la playa. 

Nunca es demasiado tarde cuando la tierra todavía es capaz de florecer.

“Las flores mismas han aparecido en la tierra, el mismísimo tiempo de la poda de las vides ha llegado, y la voz de la tórtola misma se ha oído en nuestra tierra” (El Cantar de los Cantares 2:12)

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Visita aquí la ficha en Goodreads de las novelas

Y nada más, flores mías, espero que me contéis vuestras primeras impresiones. Que las páginas os abracen, que os encuentren y vosotras las encontréis. Yo, mientras tanto, estaré aquí, a un lado, dejando que Ruth y Olga sean las auténticas protagonistas de esta historia.

 

 

 

Inflorescencia

Hace más de un año que anunciaba el punto y final de mi próxima novela, la especial y ansiada secuela de mi opera prima, Marafariña, que fue el inicio de un nuevo camino para mi colmado de dificultades, sí, pero también de alegría, de sueños y de literatura. Han pasado muchas cosas desde aquel 2015 que me lancé a la autopublicación y, como ya he dicho, llegar hasta aquí ha sido una feliz hazaña.

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Este post es la culminación de más de tres años de trabajo diario e incansable.

Por fin os puedo anunciar, con nervios e ilusión, el título de mi próxima novela, la continuación de la historia de Olga y Ruth. El mismo que corona esta entrada.

Inflorescencia

Florece, así, en esta tardía primavera aquel bosque virginal que hemos abandonado hace ya unas cuántas páginas. Florece así, de nuevo, esta Miriam que necesitaba cerrar aquel capítulo de su vida, tan lejano ya, pero tan vivo al mismo tiempo. Y florece, también, mi incansable lucha personal por la libertad, por los sueños, por la unión, por el amor y por la defensa infatigable de las mujeres.

Y florece, así, la contraportada de la novela:

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Y florece, así, la portada definitiva. La imagen, de nuevo, de mi querida y admirada Elena del Palacio:

INFORESCENCIA (1)


SINOPSIS:

Una buena nueva guiará la vida de Ruth de vuelta a una Marafariña que luce sola. Lo que ella no podría imaginarse después de la catástrofe del Prestige, era encontrarse que luciría una espesura blanca.

Han pasado años desde que abandonó la libertad y su ser de esas tierras, pero tal vez nunca son demasiados cuando se acerca al tintineo hipnotizante y fresco del río, cuando se enfrenta ante la Iglesia tapiada de recuerdos o cuando alcanza la inmensidad de la playa.

Nunca es demasiado tarde cuando la tierra todavía es capaz de florecer.

“Las flores mismas han aparecido en la tierra, el mismísimo tiempo de la poda de las vides ha llegado, y la voz de la tórtola misma se ha oído en nuestra tierra” (El Cantar de los Cantares 2:12)

Y con el corazón encogido, mis venas llenas de emociones, nerviosa, feliz, atemorizada pero llena de esperanza, os digo que en julio de 2018 podréis al fin leer esta última historia.

¡Espero vuestros comentarios!

Y gracias, gracias, flores mías.