La inactividad es el peor enemigo de los sueños.
Los sueños están llenos de barreras. Y éste en concreto, el de escribir, del que siempre os hablo, no se trata de ninguna excepción.
Existen múltiples escollos a los que hacer frente, por lo que terminar una novela leíble se convierte en una auténtica hazaña partiendo de lo más básico: la idea principal, las ideas secundarias, desarrollar una trama y sus subtramas, darle vida a nuestros personajes, domarlos a ser posible, definir los capítulos, definir los giros argumentales, cómo queremos terminarla, qué enfoque le daremos, revisar, revisar, revisar, revisar, corregir, revisar otra vez, corregir…
A esta fase más profesional y técnica hay que añadirle la parte más humana (al fin y al cabo escribir es algo muy humano, muy pasional y defectuoso). Este camino de arduo trabajo está minado de altibajos a los que a duras penas nuestras musas pueden sobrevivir durante un largo período de tiempo. Por un lado está la euforia que nos embriaga en los fantásticos momentos álgidos y casi podemos saborear el próximo Premio Nadal entre la tinta que mancha nuestros dedos; después la bofetada del realismo al darnos cuenta de la reseca sensación de invisibilidad; a veces, hay que lidiar con la extraña y molesta culpabilidad de no escribir lo suficiente, de no estar haciendo todo lo que está en nuestras manos. El fracaso. Es una auténtica marabunta lo que puede sufrir el escritor durante el proceso creativo que puede durar de algunos meses, un puñado de años o una eternidad.
Pero un día, un día cualquiera, sabemos que la hemos terminado. Que nos hemos dejado la piel, la sangre, las entrañas en nuestro texto, que lo hemos hecho lo mejor que hemos podido. Y, además, estamos orgullosos aunque sigamos sintiendo miedo. Creemos en lo que acabamos de escribir y eso hace que nos duela el pecho con alegre violencia. Entonces llega el siguiente paso que, adivinad, no es uno. Son cientos.
Es una auténtica marabunta lo que puede sufrir el escritor durante el proceso creativo que puede durar de algunos meses, un puñado de años o una eternidad.
El sector editorial es un bloque de cemento de difícil acceso. Allí, en esos gigantes que queremos alcanzar pero no sabemos cómo, reside nuestro sueño ideal de gustarles y que ellos se encarguen de publicar nuestra obra, que la muevan por el país, por el mundo, que nos lleven a presentaciones que estén atestadas de gente y que nos duela la muñeca de firmar ejemplares. El gran monopolio de lo que leemos.
Colecciono un centenar de mails que me han negado el acceso al escaparate de las librerías, el sabor de ser una autora reconocida. Mi impulso de desear ser leída me llevó, pues, a autopublicar. Con todo lo joven que era allá por el 2015, cuando Marafariña vio la luz. Y aunque intenté moverla lo mejor que pude, organizando mi propia presentación, un acto único en el que puede hablarle a un público (si, un público que había acudido a verme) de lo que había escrito. Ha sido uno de los momentos más especiales de mi vida.
Autopublicar y su soledad, sí. Como bien nos ha hablado de esto Jesús Carnerero en su post para Excentrya.
Porque el esfuerzo y la constancia, en realidad, no te lo garantizan todo. No te garantizan nada. También necesitas un empujoncito de suerte que venga de alguna parte. Puede que no llegue nunca.
He de decir que después de dos largos años como escritora autopublicada siento lo siguiente:
1º) Sigo siendo invisible.
2º) Sigo sin contar con ningún apoyo editorial.
3º) Me he desgastado un poquito.
4º) Otro año más que no estoy en la Feria del Libro firmando libros.
Y es que somos muchos, un puñado generoso, de plumas que merecen la pena. Plumas silenciadas por la falta de oportunidades, abrumadas porque cumplir su sueño quizás resulte imposible. Porque el esfuerzo y la constancia, en realidad, no te lo garantizan todo. No te garantizan nada. También necesitas un empujoncito de suerte que venga de alguna parte. Puede que no llegue nunca.
Yo me muevo en ese vaivén de incertidumbre y me agarro a la excusa de que todavía soy joven y puede que mucho se consiga más adelante. Hay mucho por hacer, lo importante es mantenerme ocupada, no parar jamás. La inactividad es el peor enemigo de los sueños.
Antes de terminar, deciros que también tengo una lista de aspectos positivos. Ni mucho menos voy a despedirme hasta la semana que viene con un toque amargo, sobre todo porque vosotros, los que estáis ahí, los que me apoyáis, no os lo merecéis:
1º) De la nada, he conseguido un grupo de lectores fieles, honestos y leales.
2º) Mis historias han hecho mella.
3º) Escribir y autopublicar me ha hecho ganar grandes amistades.
4º) He podido ser leída, eso es más de lo que, hace tiempo, podía soñar.
5º) No he dejado de escribir.
6º) He aprendido muchísimo.
7º) He terminado Marafariña II. Que ya tiene título, que pronto os lo diré.
8º) Estoy escribiendo muchos relatos para concursos.
9º) He empezado una nueva novela.
10º) En realidad, nunca he estado sola.