Lo que pierdes por ser lesbiana

Yo creo que todas podemos estar de acuerdo en una única cosa: vivir es perder.

Desde que nacemos hasta que llegamos a nuestro fin, vivimos una constante pérdida. Perdemos tiempo, juventud, energías, ganas, alegrías. Perdemos belleza, vamos perdiendo sueños. Perdemos amores, familiares, amigas. Perdemos. Es algo de lo que, en mayor o menos medida, nadie es capaz de huir.

Por suerte, cada vez pesamos menos.

Transcurrimos por esta vida con dolorosa ligereza, de puntillas.

Con el alma más liberada y, al mismo tiempo, más aprisionada por nosotras mismas.

Es un hecho, además, que por ser mujer estás expuesta a perder más. Y, por qué no decirlo, y ya que estamos en el reinvindicativo Mes del Orgullo, particularmente por ser una mujer lesbiana.

Puedo dedicar este párrafo a hablar de todo lo que hay hemos perdido y es irrecuperable. Los años anteriores al 2005 en nuestro país, en los que el matrimonio era imposible. Así, hemos perdido incontables parejas que no han podido ejercer su derecho legítimo a unirse legalmente como el resto de las personas. Y, perdonadme, 2005 es una fecha tardía e insuficiente. ¿Cómo podemos devolverme esas vidas perdidas a las que no las han tenido? No podemos. Ese dolor, ese estigma, ese sufrimiento, siempre formará parte de todas nosotras. Lo sabemos: no podemos permitirnos el lujo de olvidarlas.

Pero no hace falta ir muy lejos. Esta misma semana, la imagen de dos mujeres violentamente golpeadas en Londres sacudía las Redes Sociales, los periódicos y nuestra libertad. La razón: su orientación sexual. A veces, todavía hoy, todavía en nuestro país (o en países muy cercanos) existen mujeres del colectivo que se quitan la vida por no poder soportarlo. O que entierran lo que son por el miedo y por la maldita culpa (la religión, el machismo, los valores…). A día de hoy, mientras lees este post, hay una niña muy cerca de ti sufriendo por esos sentimientos que, tal vez, nadie le quiera ayudar a entender.

Perdemos.

No solo lo perdido (que es, en cierto modo, irrecuperable) si no que seguimos haciéndolo. Y hablo con conocimiento de causa, de lo que a veces prefiero no ver ni sentir, pero está ahí. Aunque todavía tengo la gran suerte de convertirme en una mujer afortunada por el lugar del mundo en el que el sorteo me ha hecho nacer y crecer. No puedo olvidarme de las hermanas que viven en los 169 países donde los derechos de las personas homosexuales no están reconocidos. Y no solo eso, sino que en muchos de ellos es un delito incluso castigado con la pena de muerte.

Eso lo estamos perdiendo hoy en día. Ahora. Ahora mismo. Ahora mientras izamos las banderas de arcoiris. Que no son banderas, que son lágrimas de rencor y dolor. Que intentamos disfrazar con las ansias de reivindicar y de la alegría. Pero estamos rotas. Aunque eso, tal vez, solo nosotras podemos saberlo.

Y yo también he perdido mucho. Creo que por eso tengo ojeras y, a veces, me cuesta respirar. He perdido a casi toda mi familia, he perdido el derecho a ser una más y he perdido el amor de algunas personas a las que quería y, creía, me querían a mí. He perdido una religión que amenazó con destruirme y me he convertido en una expulsada, en una persona a la que le tienen que girar la cara por la calle. Y que, a veces, debo pedir perdón por el daño causado.

Eso lo pierdo. Aunque ya tenga casi veintinueve años, haya resuelto mis conflictos y sea independiente. Y pierdo la libertad de pasear por mi pueblo de siempre (prefiero huir de allí) o de encontrarme con mis amigas de siempre (que muchas no se esfuerzan en entenderlo, que te juzgan, que te preguntan, que te pierden). Y pierdo la libertad de expresar mi vida en pareja en mi lugar de trabajo, con temor a incomodar a alguien (más que de incomodarme a mí).

Pierdo sí.

Y pierdo cuando al escribir me preguntan si soy lesbiana, si escribo para lesbianas, si voy a escribir alguna vez algo que no sea de lesbianas.

Ser de lesbianas.

Perdonarme. Os pido perdón. Os pido perdón por tener que ser yo la que os abra los ojos, aunque os duela, y os tenga que decir que la ignorancia y la falta de afecto os ha corrompido y os hace perder también. Sí. Perdéis. Porque nos estáis perdiendo a nosotras mismas. Nosotras, que tan solo anhelamos amarnos y traeros luz.

Photo by Chase on Unsplash

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Leyéndolas a ellas y a nosotras mismas | #LeoAutorasOct

El #LeoAutorasOct nació un agosto hace dos años a través de un grupo de tuiteras que demandaban la desigualdad escandalosa entre el número de autores leídos durante un año frente al número de autoras. El movimiento creció de manera burbujeante e imparable (tal vez porque resultaba terrible que en la actualidad algo así siguiera ocurriendo, tal vez porque nosotras ya nos hemos cansado de conformarnos). Además, coincidió con la instauración del Día de las Escritoras: toda una señal.

Me llamó la atención esta estadística publicada en el resultado de uno de los premios independientes que más fuerza han cobrado en los últimos años, los Premios Guillermo de Baskerville organizados por la revista literaria de género Libros Prohibidos. En pleno año 2018, de las 87 obras participantes en dicho premio, tan solo 23 estaban firmadas por mujeres. Esto nos deja un triste e insuficiente 26,4%. En cambio, en las obras nominadas, nos encontramos con un total de 5 sobre 10 escritas por ellas. ¿Esclarecedor? Sin lugar a dudas.

Algo diferente nos hemos encontrado en el Premio Indie de Amazon de este año. A pesar de que una abrumadora mayoría de plumas pertenecían a autoras, su representación dentro de las finalistas es de 2 frente a 5. Cuando alguna de las concursantes señaló dicha diferencia, recibió algún que otro comentario tipo: Yo leo las obras sin importar que estén firmadas por un hombre o por una mujer… Tal vez, cada cuál, deba plantearse cuánto hay de cierto en dicha afirmación.

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Siempre es un buen momento para recuperar esta preciosa ilustración de Gemma Martínez

Nosotras en A Librería somos unas infatigables amantes de las plumas de las mujeres. Desde nuestros más tiernos inicios, hemos tenido un fuerte compromiso con la literatura femenina. Nosotras practicamos en #LeoAutorasOct todo el año bajo la etiqueta #MujeresEnLaLiteratura. Y este camino lleno de proyecto seguimos y seguimos.

Me gusta leer a mujeres, me ha gustado desde niña. Las buscaba infatigable en ese dominio primordial de los libros masculinos. Buceaba en los pequeños atisbos de sus roles que la sociedad y la literatura les permitía. Hoy en día es más fácil, pero todavía no es igual. Nuestra dedicación y nuestras excusas, de algún modo, siempre tienen que ser mayores. Pero también es verdad que vivimos en la época violeta donde, de algún modo, nosotras reinamos, nosotras marcamos las nuevas tendencias, nosotras no vamos a dejar hueco sin el lugar que nos pertenece.

Creo que leernos entre nosotras nos hace fuertes. La sororidad literaria es imprescindible y debemos trabajar en ella. Es algo que debemos hacer a conciencia, día a día, infatigablemente. Leernos a nosotras mismas es lo que necesitamos para mantenernos vivas. 

No puedo negar que de un tiempo a esta parte, mi obcecación en este tema no ha dejado de crecer y crecer como un monstruo devorador. Un monstruo bueno, por supuesto, pero tan feroz e imparable como cualquier otro. Siento que se lo debo a ellas, que me lo debo a mí, y que yo también he sido víctima de esa invisibilidad. Pero gracias a tantas autoras antes que yo, hoy Marafariña, Todas las horas mueren e Inflorescencia, están siendo leídas y releídas con cariño y constancia, sin importar realmente, si se trata de novelas firmadas por un autor o por una autora.

¡Ah! Y para celebrar este mes tan especial tengo que decir que el viernes 12 de octubre mi compañero de letras David Pierre publicará en su lista de correo exclusiva mi relato inédito Luscofusco. Así que, sí queréis leerme en un registro nuevo, solo tenéis que seguir el siguiente enlace y los recibiréis en vuestros e-mails:

▶️https://landing.mailerlite.com/webforms/landing/m9a3j1

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Photo by Katherine Hanlon on Unsplash

Las puertas rojas

Dos insignificantes versículos que, aún hoy, son capaces de entorpecer el trabajo llevado a cabo tras las puertas rojas.

En cuanto los vi los reconocí. Y ellos a mí. Se produjo un cruce de miradas de lo más incómodo. Por mi parte, no esperaba encontrármelos en un lugar así y era lo que menos me apetecía en esos momentos. Por su parte, tuvieron la decencia de ignorarnos deliberadamente, como si fuéramos otros rostros desconocidos más.

La sala de espera es un estrecho pasillo donde hay un tráfico de médicos y enfermeras imparable. Cerca hay una cafetería y, en general, es de todo menos tranquila. Estaban muy cerca cuando tomé asiento, así que podía escucharles hablar con ese tono de falsa amabilidad que me daba escalofríos. Y un poco de rabia, aunque por suerte no soy una persona irascible. Vestían de riguroso traje, pero era un traje anticuado, nada pretencioso, más bien recatado. Digamos que les daba formalidad, como si fueran vendedores de seguros. En realidad, eran vendedores de algo. De falsas esperanzas. De mentiras. De fe. De vida eterna a cambio de una mínima cantidad de dinero y todo tu tiempo.

Entre las manos lucían unas lujosas carteras de piel que contenían sus herramientas de convencimiento, literatura que procedía del propio Altísimo. Yo los ignoraba pero me molestaba tenerlos cerca porque sabía lo que hacían allí. Miraba a las puertas de enfrente que eran rojas, dentro podía cambiarte la vida en un puñado de minutos. Todos los pacientes que esperaban ahí, estaban, más o menos, en una situación parecida. El color rojo me recordó al color de la sangre, precisamente lo que había traído a esos predicadores a las puertas del hospital.

El color rojo me recordó al color de la sangre, precisamente lo que había traído a esos predicadores a las puertas del hospital.

Formaban parte de un Comité de la Sangre que se encargan de negociar con los médicos métodos alternativos a las prohibidas transfusiones de sangre. Al rato, de hecho, sale otra pareja de hombres acompañados de tres médicos. Los médicos apenas se despiden con un seco ademán, pero ellos se van felices. Se reúnen con sus compañeros y mantienen una charla en tono sereno. Han accedido a operarlo sin sangre, aunque al principio no estaban de acuerdo. Puede ser peligroso para su vida, decían, porque las alternativas no son tan rápida como la transfusión. ¡Pero qué valor tiene hacer lo que la Verdad nos indica que hay qué hacer! Es difícil contener el impulso de levantarse y pedirles que se vayan de allí, que un hospital no es el lugar que les corresponde. Me pregunto si de estar ellos sentados ante las puertas rojas defenderían, con tanto tesón, la abstención de sangre. Al final sé que, con toda seguridad, sí. Es lo que tiene en fanatismo.

Cuando por fin se van, siento que puedo respirar tranquila. Devuelvo la mirada a mi lector electrónico (estoy leyendo La isla y los demonios) porque sé que leer me tranquilizará. Será una mañana larga, allí siempre lo es. Entonces una señora mayor dice a nadie: que farán estes aquí co dichoso tema da sangre. Otro señor le contesta sacudiendo la cabeza.

Me pregunto si de estar ellos sentados ante las puertas rojas defenderían, con tanto tesón, la abstención de sangre. Al final sé que, con toda seguridad, sí. Es lo que tiene en fanatismo.

Yo prefiero no intervenir, pero si lo hubiera hecho habría dicho que carecía de ningún tipo de lógica o de criterio. Que la razón por la que poner en riesgo la vida de un ser humano (según ellos, sagrada) se basa en tan solo dos versículos de la Biblia escritos muchísimo antes de que las transfusiones salvaran vidas. Dos insignificantes versículos que, aún hoy, son capaces de entorpecer el trabajo llevado a cabo tras las puertas rojas.

Photo by Kelly Sikkema on Unsplash

¿Pero lees?

Creo que es complicado medir hasta qué punto leer es importante. Fuera del concepto de rata de biblioteca que me gané a pulso durante mi época estudiantil (y del que me siento tremendamente orgullosa), no creo que leer ahora se vea como algo negativo en ningún caso. Leer siempre queda bien, tiene su atractivo. Un entretenimiento sano y enriquecedor, del que podemos disfrutar en cualquier parte.

Existen muchas encuestas publicadas sobre la población lectora activa que dan verdadera lástima (aunque a mí nunca nadie me ha preguntado si leo o no, así que pondré en duda que el desastre sea tan apocalíptico). También se leen noticias, nada aisladas, de la cantidad de librerías y pequeñas editoriales que echan el cierre sin remedio. La economía atraviesa tiempos difíciles, y la cultura es una de las primeras damnificadas. No podemos echarnos la culpa. Para leer necesitamos seguir comiendo, por mucho que nos gustaría que la literatura fuera nuestro bien de primera necesidad.

La idea de esta entrada me la ha dado la viñeta de Flavita Banana, a la que sigo asiduamente y admiro. Es, realmente, reveladora:

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Leer tal vez no te convierta en mejor persona (aunque seguro que sí), ni te solucione tus problemas, no te hace tener un cuerpo bonito, aunque probablemente si lees antes de dormir descases mejor. Pero, quizás, te fluyan mejor las ideas en una conversación o, quién sabe, es posible que llegues a comprender mejor a las personas que tienes a tu alrededor o a ti mismo. Lo creas o no, puede ayudarte a vencer una aflicción, una ruptura, puede mitigar la soledad o hacerte ver que lo que tu sientes no es tan extraño.

La viñeta expuesta no viene demandando que leer pueda sustituir a nuestros estudios, nuestra carrera profesional o al ejercicio diario que debemos hacer. Más bien es una declaración de intenciones. Leer puede hacernos poderosos, nos otorga sosiego y nos permite parar. Es una de las mejores maneras de dialogar con uno mismo, de viajar sin moverse de casa o de conocer a infinidad de personas que merece la pena conocer. Leer, además, nos convierte en seres inquietos y ávidos de más conocimiento. Y nos protege, ¡maldita sea!, nos protege de la estupidez que nos bombardea día a día.

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En mi día cotidiana no me dedico a predicar a mis amigos para obligarles a que lean, no soy una evangelista literaria. Pero de vez en cuando surge el tema de los libros y a veces me miran con cara de yaestáestaotravezconlosdichososlibros. Cuando me preguntan qué quiero de regalo siempre digo que con un libro acertarán. ¿Un libro? Yo nunca me he leído un libro, me dijeron una vez (o muchas veces). ¿Ni un solo libro? Se encoge de hombros y me mira como si no entendiera dónde está el problema. Y yo la única respuesta que le sé dar es: ¿Pero no tienes curiosidad por saber lo qué dicen?

Y dice que no.

Tiene carrera, dos máster de nombre impronunciable y se gana la vida a base de bien. Y ha conseguido todo eso sin leerse ni un solo libro (entendamos, novela). A todo esto me quedo patidifusa y ese no es cómo una bofetada seca en la cara. Porque es un reflejo real e innegable que tiene, además, difícil solución. La ausencia de lectura puede provocar enfermedades que no tienen cura: la terquedad, la mente obtusa, la ideología cerrada, la dificultad para comprender a los demás, etc. También seca nuestra imaginación y atrofia nuestro intelecto creativo. ¡Toda una serie de desdichas! Para colmo, podemos sufrir un terrible aburrimiento en el avión, en el tren o en la sala de espera del médico si nuestro amado Smartphone se queda sin batería.

Podemos ponerla de moda. Me refiero a esa pregunta de ¿Pero lees?. Lanzarla al aire en el trabajo, en una cena de amigos o cuando acabamos de conocer a alguien. Tal vez, con el tiempo, consigamos que ese número de no vuelva a reducirse, aunque sea un poquito.

La homofobia [no] está prohibida

“No debes acostarte con un varón igual a como te acuestas con una mujer. Es cosa detestable.” (Levítico 18:22.)

Me siento liberada de la rabia y la ira. Este es el principal motivo por el que, a lo largo de estos años, he sido capaz de escribir ciertas historias y hablar de ciertos temas sin enfurecerme, teniendo la capacidad de dar una visión panorámica de algunos hechos que he vivido y superado en mis propias carnes. Muchos sabéis a lo que me refiero, sobre todo si habéis tenido el gusto de leer Marafariña (novela que he publicado hace más de dos años pero que, por diversos motivos, seguís leyendo hoy en día. Editoriales: gracias por no creer en ella)Hoy en día no es algo que yo misma haya dejado olvidado, pues desde hace muchísimos meses sigo inmersa en este proceso de documentación y de descubrimiento mientras trabajo en la secuela de Olga y de Ruth.

Se tocan asuntos muy peliagudos a lo largo de las más de seiscientas páginas de esa obra, pero hoy creo que me parece acertado centrarme en tan solo uno de ellos: la homosexualidad entendida a través de los ojos religiosos.

Sin embargo, para «protegerse» han anunciado en sus últimas publicaciones que la homofobia está prohibida (les encanta prohibir) para cualquier Testigo Cristiano, pero que no hay que olvidar que Jehová Dios condena las prácticas homosexuales.

No rescato esto al azar, ni con ánimo de lanzar una crítica desgarradora a todos aquellos fieles y creyentes, sean del Dios que sean. Siento el más absoluto respeto por los que tienen una fe arraigada y los que son capaces de respetar a los demás a pesar de todo. Pero sí que me gustaría recalcar aspectos, porque sé que todavía hay muchas personas que siguen sufriendo inútilmente y sin ninguna culpa por algo por lo que no deberían sufrir. Y ojalá yo, hace tiempo, hubiera tenido unas palabras cómo estas a las que aferrarme. Precisamente, tuve una conversación sobre esto con unos amigos en los últimos días y no he dejado de darle vueltas y vueltas a eso de tener un lugar al que acudir cuando estamos prisioneros de ideas que atentan contra nosotros mismos.

Tal vez hayáis oído que el año pasado la Watchtower (Organización Mundial de los Testigos Cristianos de Jehová) fue denunciada por considerarse un grupo homofóbico (ideología que en España es ilegal). Ellos, aferrándose a las Sagradas Escrituras, no pueden aceptar libremente que dos personas del mismo sexo se amen o contraigan matrimonio. Sin embargo, para «protegerse» han anunciado en sus últimas publicaciones que la homofobia está prohibida (les encanta prohibir) para cualquier Testigo Cristiano, pero que no hay que olvidar que Jehová Dios condena las prácticas homosexuales.

A propósito de esto, han ido modificando interpretaciones de ciertos pasajes bíblicos para afianzar este pensamiento de condena (condena, atención a la palabra). Aunque creo que la mayor parte de sectas religiosas no simpatizan con cualquier tipo de manera de amar que se salga de lo predefinido, está claro que la Watchtower ha tenido a bien iniciar una guerra abierta. Y, como siempre, las víctimas son los que están abajo. Pisoteados, silenciados, olvidados.

¿Podéis imaginar cómo se siente ese alguien? Si no lo has vivido, es complicado. Pero os lo resumo: es el infierno interior.

Por favor, pensemos en cómo se siente alguien que siente, de manera natural e incontenible, amor por alguien de su mismo sexo. Pensemos en cómo la palabra condena acude a su mente. Junto con otras palabras como: rechazo, asco, atrocidad, pecado, apocalipsis, muerte, abandono, soledad. Pensemos en cuántas miles de personas hoy en día, todavía, cerca de nosotros, siguen siendo obligados a luchar contra sí mismos, a odiarse, a reprimirse, a esconderse. Llevándolos a una especie de suicidio interior del que es muy complicado liberarse. ¿Podéis imaginar cómo se siente ese alguien? Si no lo has vivido, es complicado. Pero os lo resumo: es el infierno interior.

Y no es sencillo darse cuenta que lo que tú sientes no tiene nada de malo. No tienes a nadie con quién hablar con libertad de eso. Además, son sentimientos que no quieres liberar ni entender. Es un vacío muy opaco. Luego está esa constante sensación de asfixia que no te permite respirar. Pero ellos dan soluciones. Existen guías de cómo luchar contra esos impulsos pecaminosos, existen hojas de libros repletas de maneras de reprimir esos pensamientos y sentimientos que, sin ninguna duda, ha puesto Satanás en nuestra alma para que caigamos en dicha condena. Esperad… ¿en serio nos estáis pidiendo que no hagamos lo que nuestro ser, nuestro cuerpo, necesita que hagamos?

Un miembro de la Watchtower que busque asesoramiento con respecto a este tema que le tortura puede toparse con artículos de los que podemos extraer párrafos como éste:

Alguien podría preguntarse: “¿Tiene justificación una persona para ceder a sus impulsos homosexuales por razones de genética o de crianza, o por traumas como el abuso sexual?”. No. ¿Por qué? Ilustrémoslo. Tal vez una persona tenga lo que algunos científicos llaman la tendencia hereditaria al alcoholismo, o quizás se haya criado en un hogar en el que el abuso del alcohol era algo normal. Sin duda, la mayoría de nosotros intentaría comprender a alguien así. ¿Pero sería razonable animarlo a seguir abusando del alcohol o a renunciar a su lucha tan solo porque nació con esa tendencia o fue criado en un entorno nocivo? Claro que no.

Sí, en efecto. Están comparando el alcoholismo con la homosexualidad. Como si fuera una enfermedad dañina y peligrosa. Y creo que tal cosa es denunciable, cuánto menos, a nivel moral. El atentando psicológico hacia el miembro de la Organización que es condenado por homosexualidad es una auténtica brutalidad.

Presumen de ser permisivos escudándose en que, de ninguna manera, su Organización va a oponerse a las Leyes del Estado que permiten lo que ellos llaman otras formas de vida, pero que un hermano cristiano siempre tiene que tener muy presente lo que dice la Biblia. Biblia en la que, por cierto, se habla de amor. Mucho amor:

“En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí.” (JUAN 13:35.)

Que siga sucediendo esto implica que queda mucho por hacer y, sobre todo, mucho por ayudar. Y es bastante alarmante que, todavía, existan grupos religiosos que se escudan en las Sagradas Escrituras para torturar psicológicamente a los que, según ellos, aspiran a llevar otras formas de vida. Aunque si navegáis por su portal encontraréis una especie de programa de inserción para hermanos homosexuales, donde presumen de mostrarse comprensivos para con aquellos que sufren esos impulsos pecadores, lo cierto es que son rechazados y sometidos a entrevistas que parecen un auténtico interrogatorio criminal.

A mí me hicieron una de esas entrevistas.

Es complicado hablar de esto sin estar escondida detrás del nombre de un personaje de una novela, pero tal vez sea justo para que se sepa la verdad. Por ahí me presenté yo, en el Salón que visitaba dos o tres veces por semana, con mi falda hasta las rodillas y un jersey verde de manga larga. Recuerdo que me temblaban todo el cuerpo y me sentí una delincuente cuando aquellos dos hombres (que creía amigos, que creía familia) vestidos con elegantes trajes oscuros, se sentaron frente a mí y me dijeron que se me acusaba de algo muy duro y terrible.

¿Podéis adivinar qué era eso tan duro y terrible?

¿Podéis adivinar cuál fue mi respuesta?

Dije que no. Que de ningún modo. Que no. Qué cómo se atrevían. Que yo no era eso. Que yo no era así. Que jamás lo sería.

Y mentía. Y me odiaba por mentir. Porque yo quería decir a plena voz que sí, que en efecto, que sí que lo era. Que, por favor, me dejaran serlo, que me dejaran liberarlo pero que no me repudiasen por ello.

Sé que Marafariña ayudó a muchas personas a comprender qué ocurría dentro de esta secta. También, que llegó a manos que la necesitaban de verdad. Y, además, consiguió remover conciencias dentro de la propia Organización. Desde aquí me gustaría resaltaros a vosotros, a ellos, a todos, uno de los pasajes bíblicos que también cito en Marafariña:

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5:22, 23)

Para saber más…

Somos el sexo débil

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Somos el sexo débil porque no nos cansamos de luchar.

Porque hemos sabido triunfar a la sombra de los que nos tatuaban en la inferioridad. Las que hemos conseguido algunos de los mayores descubrimientos de la ciencia, la medicina, el arte y la humanidad.

Porque aprendimos a decorar con flores la fealdad y aprendíamos a sonreír con honestidad ante las lágrimas más amargas. Porque esas lágrimas siempre nos han pertenecido, pero a pesar de ello, limpiábamos las suyas olvidándonos de las nuestras.

Somos el sexo débil porque no nos cansamos de continuar.

Porque hemos allanado vuestros caminos y todos los caminos, con todo el peso de nuestras miserias que hemos convertido en oportunidades. Porque sabemos gritar más fuerte para quebrar en mil pedazos el silencio más sólido que hayas escuchado jamás.

Porque hemos roto los muros. Los nuestros, los vuestros, los suyos. Sin ayuda de martillos ni herramientas. Lo hemos hecho con nuestros puños que, si bien no son de acero, su voluntad es más inquebrantable que cualquier metal.

Somos el sexo débil porque no nos cansamos de regalar vida.

Porque albergamos en nuestro vientre a vuestros hijos. Pero también a vuestros padres y madres. Abuelas y abuelos. A vuestros hermanos y hermanas. A vuestras amigas y a vuestros amigos. A vuestras mujeres y a vuestros hombres.

Porque hacemos crecer dentro todo aquello que más queréis, todo aquello sin lo cuál no podrías ni sabríais vivir.

Porque somos las mujeres, con o sin vagina, con o sin pechos. Todas y cada una de las mujeres que formamos parte de este mundo. Y de otros mundos.

Somos el sexo débil porque no nos cansamos de construir.

Porque construimos vuestros hogares. Esas casitas de muñecas. Hacemos las camas y la colada. Pero también construimos edificios importantes, trabajamos en fábricas y conducimos vehículos igual o mejor que lo hacéis vosotros. Somos el puente y tendemos los puentes.

Creamos el futuro con las herramientas que nosotras mismas fabricamos y os enseñamos a fabricar. Nos hemos vuelto imprescindibles, siempre hemos sido imprescindibles en el motor que ha movido el mundo.

Somos el sexo débil porque no nos cansamos de defender nuestros nombres.

Porque hemos escrito novelas en la sombra del rechazo. Porque hemos sido las protagonistas de historias terribles. De historias extraordinarias. Porque somos la definición de la hermosura más pura, femenina, masculina, ruda, delicada, real, fantástica.

Porque sabemos amar. Amamos a nuestros hombres y también a nuestras mujeres. Porque queremos disfrutar del sexo con la misma libertad y seguridad. Porque somos nuestras propias dueñas y porque poseemos la mayor de las fuerzas, esa que vosotros no sabríais entender.

Somos el sexo débil porque somos valientes, fuertes e invencibles. 

Porque somos las mujeres, con o sin vagina, con o sin pechos. Todas y cada una de las mujeres que formamos parte de este mundo. Y de otros mundos.

5 obras autopublicadas imprescindibles del 2016

Este año 2016 ha estado colmado de lecturas (a finales de noviembre puedo presumir de poco más de 60 libros concluidos este año). Mis elecciones literarias han bailado en un equilibrio entre obras editoriales y libros independientes. Dejando a un lado los prejuicios que hay sobre estas últimas, me gustaría recomendaros 5 de las novelas autopublicadas que están a la altura de los grandes gigantes que plagan las estanterías de las librerías más importantes:

Azul Capitana

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Descubrir a María Fornet, de causalidad, fue muy enriquecedor. Y no solo por la novela que os recomiendo encarecidamente, sino por el interesantísimo contenido de su web como psicóloga y escritora.

Estricnina

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Peculiar, original y talentosa. Es la manera más acertada de definir esta obra de Mercedes Sáenz que regala un toque diferente al género negro de suspense en la España más castiza.

 

El grito de los murciélagos

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La mejor novela del veterano escritor autopublicado Jesús Carnerero, con un importante contenido autobiográfico que trata, por cierto, de la aventura de ser un autor indie.

 

Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café

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Una urbana y actual colección de relatos firmada por Isaac Pachón que, desde luego, ha sabido sobresalir (y mucho) en el panorama independiente.

 

Nunca dejes de mirarme

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Soy fan de Carol Munt desde que leí En el punto medio del corazón. He tenido el gusto de ser lectora cero de su última novela y, tan solo añadiré, que a cada paso que avanza, más me entusiasma.


Creo que estas cinco novelas, entre otra que he leído a lo largo de este 2016 y que son una honra de la autopublicación deben ser el sello de identidad que defina a esta nueva vertiente literaria.

Escritores y escritoras, novelas y relatos, que nada tienen que ver con la lectura ligera y sin calidad. Todo lo contrario. Es literatura diferente, fresca, cuidada y con años de trabajo detrás de cada historia. Creo que los que queremos seguir trabajando en este complicado y difícil camino tenemos que saber defender con dignidad nuestras letras y aprender a diferenciar la autopublicación de verdad del fenómeno «explosivo» en el que algunos han convertido el escribir

 

 

 

Roast Yourself [La auto-critica]

A quien, más o menos, le guste sumergirse en las Redes Sociales, no le resultará desconocido el concepto de Roast Yourself Challenge. Este fenómeno se ha hecho harto popular en la plataforma Youtube y el ejercicio es tan creativo como atrevido: el desafío consiste en interpretar un tema de rap que contenga todos aquellas críticas recibidas por tu trabajo. Algo que puede servir cómo catarsis o cómo auto examen. Por desgracia, la música no es lo mío, pero no quería dejar pasar la oportunidad de ofreceros mi propio Asarse a sí mismo, un ejercicio divertido y también terapéutico:

Una ambiciosa ópera prima de más de 600 páginas, atiborrada de descripciones tediosas e insoportables.

El amor, tu amor, desmesurado por una Galicia que es tan incomprendida y anodina. 

Nada es tan hermoso cómo lo escribes. No existe belleza en absolutamente todo, tienes una versión demasiado idealista de la realidad.

Te regodeas en el drama. Eres la exaltación de la pena. No das tregua a las tristezas, por eso tu literatura nos ahoga con tanta fealdad.

Tu análisis religioso responde a tu necesidad de demostrar algo. ¡Es soporífero, no interesa en absoluto! Has escrito una novela solo para ti.

Tienes complejo lésbico. En tus dos únicas novelas es la concepción del amor que prevalece. ¿En serio no puedes entregarte a un amor heterosexual sin mayor atrevimiento?

Abusas tanto, pero tanto, tanto de las exageradas metáforas… ¡Eres atroz!

Autora autopublicada. ¿Sabes que en realidad eso te define como «nadie»?

Solo persigues sueños que tú misma conviertes en humo.

Peleas con fiereza por opiniones en tu ficha en Amazon…¡Seguro que las compras! ¡Seguro que no son sinceras!

Tu posición en los rankings de ventas dejan mucho que desear. Llegar al TOP100 es algo que ni siquiera puedes soñar.

¡Y aún por encima te atreves a realizar críticas literarias! Qué osadía ¡Con qué criterio puedes llevarlas a cabo! Si tan solo eres una autora pequeña, muy pequeña, casi invisible.

Dices que trabajas mucho, a diario, en esto, en tu sueño. Pero no eres capaz de ver que todo esto que haces no es una ocupación real.

Sí, lo haces con desmedida pasión. Pero ni la pasión, ni tu ínfimo talento podrán llevarte a lo más alto. 

¡Olvídate de leer! ¡Olvídate de escribir! ¡Eso no es la vida real! ¡Eso no te reportará jamás nada!

¡UAF!

Tenéis que probarlo, gritarlo en voz muy alta hasta romperos la garganta. Emplear esas frases que otros han usado para criticaros en su contra. Interiorizarlas para daros cuenta del poco sentido que tienen. Reíros de vosotros mismos, es una buena manera de crecer en todos los sentidos.

Gracias una vez más por leerme. ¡Espero que tanta dureza haya merecido la pena!

Acerca de escribir, cambiar, crecer…

Ante de comenzar, cito textualmente de unas palabras que la escritora María Oruña ha publicado en sus Redes esta semana:

¿Qué construye a un buen escritor?
¿El talento? ¿La técnica? ¿La ineludible suma de ambas?
Yo creo en el talento como herramienta fundamental. Y en la técnica como pulidor imprescindible para, a la larga, no quedarse en el camino.
Pero también creo que el buen escritor es, fundamentalmente, quien tiene algo que contar. Y no considero que tenga que haber ido a uno, ninguno, ni a docenas de talleres de escritura creativa. Puede serle útil, desde luego, pero el mejor maestro, en mi opinión, es leer. Y leer de todo, de la forma más heterogénea posible.

Y, como ella misma cita del novelista y poeta Jonh Gardner:

…Pero sólo sobrevivirá el escritor realmente grande, el que entienda plenamente cuál es su oficio, el que esté dispuesto a dedicarle el tiempo necesario y a asumir los riesgos también necesarios, dando por hecho, claro está, que el escritor sea profundamente honesto y, al menos, en su escritura, cuerdo.
En un escritor, la cordura no pasa de ser esto: por idiota que pueda ser en su vida privada, jamás hará trampas cuando escriba.

¿Pueden tratarse de reflexiones más acertadas y más sinceras que estas?

Me parecen brillantes, en su conjunto. Definen la literatura y el escribir con honestidad, con verdad, lejos de los tópicos, lejos de los tediosos discursos de marketing que no tienen alma ni intención artística. Hay esperanza, todavía, cuando figuras de la literatura contemporánea como esta autora gallega nos regalan reflexiones tan verdaderas y valientes como tal.

Llevo más de un año en el mercado literario nacional e internacional, publicando esencialmente en formato digital, aunque he tenido el gusto de realizar varias ediciones de mis novelas en papel. El caso es que, bajo un nombre desconocido y una etiqueta de género intimista que a muchos les resulta soporífera resulta complicado mantenerse fiel a una misma e intentar llegar a lo más alto de los rankings de ventas.

Entonces llegó un punto que asumí mi verdad. Y a partir de entonces estoy más tranquila, y saboreo el llamado éxito a diario, sin necesidad de ser la que más vende, sin necesidad de que mis regalías me permitan dejar mi otro trabajo, sin necesidad de ser aplaudida por una gran masa de lectores. Y esta verdad es la que nace de cada latido, el motivo primero por el cuál la Miriam niña comenzó a escribir en una libreta porque le gustaba imaginar, sin pretensiones, sin ser ambiciosa, sin querer ni tan siquiera ser recordada. Esa Miriam inocente que escribía, solo escribía, para ella.

Y yo he decidido proteger mis novelas y protegerme a mí.

¿Hay sacrificio? Sí.

Porque nada te garantiza que seas buena en tus letras. Hay personas que te dirán que sí, otras que te fusilarán. Y la mayor parte que ni siquiera te dedicarán un minuto de su tiempo.

Con esto quiero decir que he crecido mucho en los últimos meses, sobre todo a raíz del Concurso Indie 2016 donde he estado rodeada durante un tiempo por otros autores con las mismas inquietudes que yo y con otros guiados por diferentes intereses diferentes. Y, la verdad, resulta complicado encajar en ocasiones.

Porque, sí, el escribir es algo a lo que te tienes que enfrentar solo en realidad.

Y yo he decidido proteger mis novelas y protegerme a mí.

Esto es arriesgado, porque hay personas en este cambio de actitud que han creído que yo me olvidaba de los míos, de todos esos autores que he leído y reseñado (y no son pocos), a los que guardo en mí y a los que he dedicado parte de mi tiempo. Sin embargo, ese tiempo es en esencia mío, cada uno decide a quién y a qué dedicárselo. Es cierto que he sufrido una metamorfosis importante, que he dejado mi Blog personal para centrarme en la crítica literaria en A Librería, que ya no puedo leer a tantos compañeros como antes, que mis metas son otras y que mi actitud también.

Pero escribir es un ejercicio duro. Después de terminar Marafariña Todas las horas mueren estoy exhausta y necesito calma. Ahora estoy escribiendo en el regocijo del silencio y eso exige mucho de mí.

Estoy en el momento de escuchar a los que quieran hablarme, de asumir las críticas y de abrazar los elogios.

Estoy creciendo y aprendiendo, estoy buscando mi lugar, mi propio lugar. Estoy defendiendo mi tierra imaginaria conquistada, mi Marafariña y mi Fontiña. 

Portadas de novelas independientes

Seamos un poco superficiales hoy, juzguemos el libro por la portada y no por el argumento ni el autor. Frivolicemos la literatura…¡Pero solo con ánimo de divertirnos! Es cierto que el dejarnos guiar por el sentido más visual de nuestra intuición, en ocasiones, nos hace disfrutar de agradables sorpresas.

Voy a dejaros una pequeña lista personal de portadas de novelas indies que creo merecen la pena por diferentes razones.

PORTADAS LLAMATIVAS

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El juego de colores, lo abstracto y lo onírico son una mezcla sensacional y muy llamativa para la última novela de Jesús Carnerero. La cual le tenemos que agradecer a Coral Pámpano.

 

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Fue la portada tan poderosa de la primera novela de Ana Medrano lo que me llevó a conocerla. Fabulosa, desde luego.

El mérito pertenece a Alexia Jorques.

PORTADAS ORIGINALES

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Muy original, eso es innegable. Disfrutad de la portada de esta distopía firmada por Javier Miró y publicada con la editorial sevillana Triskel. Es única.

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Otra de ciencia ficción distópica. Este conjunto de ojos que pertenecen a miradas reales del círculo social de la autora es obra misma de la escritora. Curiosa, ¿eh?

PORTADAS ENGAÑOSAS

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Un monaguillo frente a la sombra de un cura. Y de título un veneno mortal.

Es tramposa (en el buen sentido) la portada de una de las mejores novelas independientes que he tenido el gusto de leer.

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Es tan acertada y buena la portada de esta novela de Rafa Moya como tramposa. Colores, luz y hormigas para representar una historia urbana, de sombras y ahogante psicología.

PORTADAS EVOCADORAS

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Evocadora porque recuerda a la portada de un clásico. Es pura poesía y belleza la imagen que María Laso ha elegido para la portada de su novela.

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Permitidme, en un alarde de vanidad, señalar la portada de mi Marafariña.

Esta imagen de Elena del Palacio condensa en su ser la esencia de la novela a la perfección.

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Evoca, sí, como sus letras. Las portadas de Carol Munt despiertan en el lector los mismos sentimientos que, después, removerán sus páginas.

PORTADAS INMEJORABLES

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Fue amor a primera vista lo mío con María Fornet. Pero esta portada tan maravillosa, tan azul, tan viva, fue el primer paso.

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¿Es o no es maravillosa esta imagen de la propia escritora para dar cara a su novela? Increíble.

Espero que os haya resultado divertido y curioso este pequeño y personal análisis de estas portadas independientes que, como podéis comprobar, no desmerecen nada a otras del mundo editorial.

Por supuesto, muchas otras se han quedado fuera, pero he intentado centrarme en novelas más recientes.

¿Qué os parecen?

¡Felices letras!