Tan atípico 2020 ha sido en su inicio como lo será en su conclusión. Para mí, un año de cambios y de fluctuaciones. De aprender a vivir de nuevo y de conocerme como nunca antes me había llegado a conocer. Yo, que me creía poseída por una amargura permanente que nunca me abandonaría, me veo ahora entregada a un optimismo sereno, a las ganas de simplificar la vida y a seguir trabajando en mi fortaleza.
¿Me puedo sentar un momento a hablar?
El año terminó de una manera terrible. Mi abuela falleció después de años enferma, y los últimos meses fueron muy duros. Pasamos la Navidad en el hospital y supe que esas fechas siempre serían diferentes para mí. Pocos días después, sin poder recuperar las energías ni esa sensación de rareza de decir adiós, mi hermana se pasó algunos días hospitalizada después de un susto terrible que, afortunadamente, evolucionó favorablemente. Aún así, no sucedieron los días de manera sencilla.
En tanto, mi madre se apagaba. El corazón con el que había nacido ya no podía más y el pronóstico era fatal. En julio había entrado en la lista de trasplantes cardíacos y seguíamos esperando (lista en la que yo también querría haber entrado, desde luego). No fue hasta el 10.02.2020 a las 16.03h de la tarde cuando me llamó la coordinadora de trasplantes para avisarme de un esperanzador nuevo latido.
A partir de entonces, la vida fue extraña. Todo salió bien, pero la dureza de lo acontecido me pesaba dentro y me sentía tan rota y tan exhausta que creí no superar la vida nunca más. Me había enfermado de soledad y, de no haber sido por las amistades tan cabales y sinceras que coseché, no habría sabido seguir adelante. El 8 de marzo fue el día que salimos a la calle a berrear, día que me despedí de muchas personas y de muchos fantasmas.
Luego nos confinaron en casa. Se pausó la publicación de La herida de la literaturay creí que no podría respirar. Sucedieron semanas oscuras para mí, hundida de la ansiedad en casa, abusando del tratamiento y sin una motivación vital. Creí que todo se terminaba. Lo creí. Pero me gustó nadar contracorriente.
Yoga. Correcciones. Dos novelas cortas. Lectura. Llamadas de horas y horas con mis amigas. Música. Bailar. Soledad. Ella.
Cuando pudimos salir, comenzó para mi un verano en el que tuve que aprender a caminar (no fue la primera vez que tuve que hacerlo, pero esa historia ya ha quedado muy lejana). Era la hora de poner en práctica lo aprendido y la fortaleza en la que me había dorado. Me costó darme cuenta de que yo ya era diferente, de que mi entorno era diferente. Me costó darme cuenta de que ya no quería regresar a los mismos vínculos, a mis pozos de toxicidad. Que quería vencer la ansiedad y, para ello, nada podía ser igual.
Y así, en esta Miriam Beizana renovada y con ganas de sonreír, se publicó La Herida de La Literatura, con mis queridas muchachas de Les Editorial.
Y todo ha cambiado tanto este 2020 que yo nunca más quiero mirar atrás. Que yo quiero ser una mujer diferente y dedicar mi vida a cosas diferentes. Quiero escribir novelas nuevas, quiero aprender a fortalecer mis flaquezas y quiero ser una personas que no sea esclava de su ansiedad.
En el momento de escribir este post, mi nueva novela, la mejor y la más especial, no deja de cosechar alegrías. Estoy en plenaGira Virtual (ya que no puede ser de otro modo) y, aún así, me siento cerca de vosotras.
Y quiero que despidamos el año juntas, por haberme acompañado, por haber estado conmigo en mis silencios y en más lágrimas. Por seguir queriéndome a pesar de los cambios, a pesar de ya no estar tanto y a pesar de todo.
Os indico, también, que esta tarde, a partir de las 19h, estaré con mis compañeras de Les Editorial en un evento muy especial:
¿Cómo funciona? Tan sólo necesitáis tener un correo de Gmail y conectaros a partir de las 19h al enlace que se compartirá en las Redes Sociales para entrar en la reunión. El aforo es limitado por orden de llegada. Me encantaría veros por ahí y charlar sobre lo que ha sido el año más extraño e intenso de nuestras vidas.
Después de esperar lo que han parecido varias vidas, una de ellas en confinamiento y otras tantas lidiando con lo difícil que es esta ‘nueva normalidad’. Al fin es un hecho, mi nueva novela ve la luz este 15 de septiembre.
Mi herida, a partir de hoy, es vuestra herida.
Mis ausencias eran los huecos entre las líneas que no sabían unirse. Y mientras escribía encontraba tanto alivio como dolor en el acto de hacerlo. En una burlona contradicción, crecía cada vez más y me hacía cada vez más pequeña. Me curaba y me enfermaba.
Me enfermaba. Notaba esa herida sangrar en alguna parte. Las gasas eran ese procesador de textos. La polividona yodada eran los libros abandonados en todas partes.
Es septiembre de 2004. Es el en el año que ha fallecido Carmen Laforet. También, en el que la literatura deja de enseñarse en los institutos. Una joven de catorce años llamada Melancolía aterriza en la remota ciudad de Melilla, en la única compañía de su madre y los vestigios de una enfermedad extraña que empieza a fraguarse en ella. Atrás dejan su Galicia natal, la pequeña vida conocida.
Varios años más tarde, Mamá ya no está. Sin previo aviso, como una amenaza irresistible, aparecerá en Melancolía la necesidad de escribir una novela sobre la que fue su profesora de literatura cuando era niña, una misteriosa muchacha con nombre de mes.
Esta herida literaria dañará a pasos agigantados su presente. Conviviendo con una gata que parece detestarla e intentando comprender el amor, comienza una búsqueda desesperada de hacer crecer una insólita amistad.
La amistad se vuelve débil cuando se habla de la muerte o de la enfermedad.
La herida de la literatura es la cuarta novela larga de la autora coruñesa. Valiéndose de sus propios pedazos, Miriam utiliza esta historia para unir los trazos de algunas de sus mayores obsesiones: el dolor que le provoca la literatura, lo complicado de la amistad, las mentiras del amor y los rincones que ya no le pertenecen.
A caballo entre la realidad y la ficción, viajamos entre el pueblo de su niñez Carballo y la exótica ciudad de Melilla. Con La herida de la literatura ha pretendido acercarnos un poco más su manera de entender la vida, de curarse del dolor y de normalizar las enfermedades mentales, las distintas maneras de amar y los tabúes sobre la intensa relación materno-filial.
Y ya no puedo enredarme más porque, a partir de ahora, sois vosotras las que tenéis que empezad a compartidla, hablad de ella. Y leedla, y vividla. Y sentidla. Acercaros a esta historia tan compleja que, espero, os ayude a descubriros a vosotras mismas y, también, a sumergiros en mi manera de entender la literatura.
Recordad que podéis adquirirla en los puntos de venta habitual (Fnac, Casa del Libro), en vuestra librería favorita y en la página web de Les Editorial.
Pero esto no es todo, esta misma noche tenéis una cita en el Instagram de @Les_Editorial, donde estaré en directo con Bábara Guirao en la presentación online (la única segura y posible por el momento) para hablar sobre La herida de la literatura.Será hoy, 15 de septiembre, a partir de las 20.00h. También podréis ver el vídeo en directo a través de mi página de Facebook Miriam Beizana Vigo.
Será un placer contaros más en persona todos los detalles de esta historia y un honor responder a vuestras preguntas. ¿Nos vemos ahí?
«Yo no miraba a la gata. Leía de nuevo mis letras empapando el papel.
―Carmen Laforet era infeliz. Y Elena Fortún era invisible. Como yo. Invisible.
Pero ellas eran amigas. Y tú no tienes amigas, dijo Letra.»
Decía Rosa Montero que las escritora deberíamos desprendernos de nuestras historias antes de que salieran a la luz. Que las escribiéramos, viviéramos en ellas pero que las dejáramos marchar. Que aprendiéramos que no nos pertenecen. Así huimos del daño.
Es algo que he visto, leído y escuchado de otras escritoras. Elena Ferrante escribió en diferentes entrevistas que su seudónimo le ayudaba a protegerse. Carmen Martín Gaite dejó testimonio de que escribir era como estar en las nubes. Elena Fortún sufrió el silencio atroz de ser una de las grandes escritoras olvidadas.
Y Carmen Laforet fue una gran enferma de literatura.
Aquí está, esta herida. Esta novela que lleva acompañándome tanto tiempo que casi me cuesta hablar de ella. Tendría tantas cosas que contar, porque es como un mapa de mí misma, de un camino que llevo años emprendiendo y que me ha desgastado demasiado. Y me ha hecho tan feliz.
Ahora mismo la veo, la siento, la releo y no sé si la reconozco como propia o pertenece a una escritora que, simplemente, ha querido sucumbir a esta enfermedad literaria y permanece en ella. Casi con gusto. Y con miedo también.
En fin. Sin más. Con vosotras. La portada definitiva de La herida de la literatura.
«Escritora, escritora»
Es septiembre de 2004. Es el en el año que ha fallecido Carmen Laforet. También, en el que la literatura deja de enseñarse en los institutos. Una joven de catorce años llamada Melancolía aterriza en la remota ciudad de Melilla, en la única compañía de su madre y los vestigios de una enfermedad extraña que empieza a fraguarse en ella. Atrás dejan su Galicia natal, la pequeña vida conocida.
Varios años más tarde, Mamá ya no está. Sin previo aviso, como una amenaza irresistible, aparecerá en Melancolía la necesidad de escribir una novela sobre la que fue su profesora de literatura cuando era niña, una misteriosa muchacha con nombre de mes.
Esta herida literaria dañará a pasos agigantados su presente. Conviviendo con una gata que parece detestarla e intentando comprender el amor, comienza una búsqueda desesperada de hacer crecer una insólita amistad.
La herida de la literatura es la cuarta novela larga de la autora coruñesa. Valiéndose de sus propios pedazos, Miriam utiliza esta historia para unir los trazos de algunas de sus mayores obsesiones: el dolor que le provoca la literatura, lo complicado de la amistad, las mentiras del amor y los rincones que ya no le pertenecen.
A caballo entre la realidad y la ficción, viajamos entre el pueblo de su niñez Carballo y la exótica ciudad de Melilla. Con La herida de la literatura ha pretendido acercarnos un poco más su manera de entender la vida, de curarse del dolor y de normalizar las enfermedades mentales, las distintas maneras de amar y los tabúes sobre la intensa relación materno-filial.
Y como ya os hablaba enla entrada anterior, es una novela llena de matices, de vivencias, de mujeres, de gatas, de libros, de ciudades, de amistad y de amor. Quizás ya no soy la misma escritora que la escribió; pero aquí estoy. Deseosa de que la leáis, de hablaros de ella y sumergirme con vosotras en la historia de Melancolía, Letra, Helga y Septiembre.
Dedico esta novela a las mujeres que estamos enfermas de literatura
Qué tiempos tan difíciles hemos vivido y estamos viviendo. La pandemia mundial y la crisis sanitaria y económica ha impactado fuerte y ha venido a carcomer nuestros sueños y nuestras metas. Creo que todas tenemos miedo, que todas hemos perdido demasiadas cosas y nos hemos visto obligadas a renunciar. Muchas de nosotras tan solas, hemos visto como nos azotaba todo esto. Creo que el confinamiento y esta desescalada tan peligrosa nos cambiará para siempre.
Este viernes, desde las Redes Sociales de la editorial se difundió un vídeo. Fue la manera elegida de desvelar los primeros detalles:
La editorial que ha conseguido creer y acoger con un cariño extraordinario esta atípica historia es Les Editorial. Una editorial independiente de nueva creación que está especializada en la publicación de libros dirigidos especialmente a las mujeres de la comunidad LGBT+.
En la novela uno de los personajes más importantes es una gata llamada Letra.
Hay una madre, hay una abuela, hay un amante, hay una amiga, hay una profesora de literatura.
La literatura es fundamental.
Existe una enfermedad psicológica que afecta con mayor agudeza a las mujeres.
La trama se desarrolla entre la ciudad de Melilla y Carballo, mi pueblo natal, en diferentes momentos del tiempo.
Febrero de 2004, el mes en el que fallece Carmen Laforet, es un hecho fundamental.
Es una obra sobre lo difícil que es ser hija.
También ser escritora.
Es una historia que habla sobre la soledad.
Es una historia que habla sobre la amistad y su dolor.
Es una historia, como siempre, sobre el amor.
Podéis ver el vídeo completo en YouTube y compartirlo en vuestras Redes Sociales para darle mayor difusión. Aquí Letra y yo os lo contamos mejor:
Dentro de muy poco desvelaremos el título, la portada y la fecha de lanzamiento oficial (en torno a septiembre de este mismo año). Por mi parte no puedo más que agradeceros el abrumador cariño, el que sigáis ahí después de todo este tiempo y el que tengáis tantas ganas de leer una nueva historia.
Yo no estoy preparada para esta novela. Pero supongo que ella sí que lo está.
O pasado día 4 de xaneiro presentamos Maite Mosconie unha servidora o noso libro ilustrado de contos e poemas Guerreiras de Lenda. Trátase dun proxecto no que levábamos moitos meses traballando e foi para nosoutras un verdadeiro soño poder lanzalo oficialmente.
E fixémolo nun recuncho inmellorable, a librería Os mundos de Carlotaen Santiago de Compostela que nos acolleu con moito agarimo e moita maxia, onde puidemos estar arroupadas por un grupiño de intrépidas guerreiras e guerreiros que quixeron escoitar as historias de lendas que levaban agochadas durante tanto tempo…
Guerreiras de Lenda é un libro infantil formado por dous contos e dous poemas, inspirados en lendas reais de localidades de Galicia que reescribimos adaptándoas ao noso presente e a nosa loita feminista e LGBT que, cremos, tamén forma parte das máis pequenas e pequenos.
Ademais diso, inclúe diferentes actividades interactivas e didácticas para que non só se trate dunha obriña para ler, senón para vivir, revivir, aprender e desfrutar.
Quixemos elaborar un libro diferente e atractivo e, cremos telo conseguido, xa que as nosas encantadoras primeiras lectoras quedaron encantadas cos contos e coas actividades que puidemos realizar en primicia na presentación oficial.
A nosa intención é levar ás guerreiras por diferentes librerías e bibliotecas de Galicia. Polo de pronto, podedes adquirir os primeiros exemplares nos Mundos de Carlota e, pouco a pouco, iremos indicando outros puntos de venda onde adquirilos (podedes consultar nesta web). Tamén podedes realizar o pedido dende a tenda online da editorial ou escribindo un correo electrónico a m.beizanavigo@gmail.com.
Tamén estamos a vosa enteira disposición se queredes que presentemos as nosas lendas nalgún centro educativo ou lugar de interese. O noso correo electrónico está a vosa disposición.
Sen máis, as nosas guerreiras, meigas e lobas brancas non fixeron máis que comenzar a súa aventura.
Fue en julio de 2016 cuándo mi segunda novela vio la luz. Todas las horas mueren ha sido una historia especial, ya no solo por lo que ocurrió cuándo llegó a vosotras, sino por lo que viví durante los dos años que estuve escribiéndola.
Mi miedo al paso del tiempo, a la vejez y a la muerte me llevó a conocer a Olivia Ochoa y a ubicarla en un Café en Fontiña, un pueblo situado en algún punto en la carretera N550 de camino a Santiago de Compostela. ¿Cómo llegó allí? ¿Quién es? ¿También habéis oído por ahí que era una aclamada escritora?
Parece que Dorotea, una joven que huye de su propio infierno, ha llamado a la puerta de la anciana para encontrar esas respuestas. Respuestas que, yo misma, pretendí resolverme cuándo escribí esta historia. Fue en un momento de crisis de fe existencialista. Me salvó la vida.
Portada 1º Edición de Todas las horas mueren
ANDRÉS ÁLVAREZ“ES ESA HUÍDA, EN LA MISMA DIRECCIÓN QUE EL CURSO DE ESE RÍO IMPARABLE”
LESBICANARIAS“TAMPOCO ES UNA NOVELA PESIMISTA, SINO ABIERTA A LA ESPERANZA Y A LA VIDA.”
LECTURAFILIA“LA AUTORA CONSIGUE ESBOZAR A LA PERFECCIÓN UN ESPACIO EN EL QUE SITÚA A UNOS PERSONAJES CON LOS CUALES REFLEXIONA SOBRE EL PASO DEL TIEMPO, SOBRE LAS CICATRICES DE LAS HERIDAS Y SOBRE CÓMO SIEMPRE SE PUEDE CURAR TODO. Y QUE NO HAY MAYOR PAZ QUE LA CONVERSACIÓN Y EL SOLTAR TODO FUERA.”
Sí, la novela poco a poco fue llegando al corazón de nuevas lectoras que no se atrevieron con Marafariñapor su extensión o por su temática. De esta forma, mi ensayo de corte intimista ha pasado a ser, con el tiempo, mi obra más leída hasta la fecha.
Esta historia es una paradoja de la que me gustaría hablar pero, en realidad, me gustaría que las nuevas lectoras lo descubrieran por sí mismas (las que ya las conocéis, por favor, respetad mi secreto). Por eso he apostado por lanzar, un tiempo después, una reedición de mi novela corta: porque vosotras mismas la habéis mantenido viva durante todas estas horas.
Ahí la tenéis. El café y el tiempo en una imagen que refleja bastante bien el espíritu de la novela. Una vez más, se trata de un trabajo autoeditado por mí misma con todo lo que conlleva. Así que sabéis que en cada página, en cada letra, encontraréis un pedacito de mí misma.
Esta edición, además, nace por la necesidad de sacar una tirada generosa de ejemplares que irá a parar a… ¡Las biblioteca municipales! Gracias a la petición de diversas lectoras, podréis encontrar Todas las horas mueren en las bibliotecas de algunos puntos de Galicia.
De cualquier modo, si deseáis que en vuestro pueblo (a nivel nacional) dispongan de ejemplares de esta novela, tan solo tenéis que solicitarlo y decirles que se pongan en contacto conmigo. Así podréis acceder de manera libre y gratuita a su lectura, porque es un derecho universal para todas.
PODÉIS ADQUIRIRLA EN EBOOK Y EN PAPEL ENAMAZON Y LEKTU
Y si necesitáis cualquier aclaración por mi parte, no dudéis en escribirme.
¡Estoy deseando saber qué os parece la nueva portada!
Escribiendo la novela sobre el papel llevo unos 10 años. Y mira que todavía hablo en presente. Así que no sé si le he dicho “adiós”; parece que no. De hecho, si hubiera una segunda edición de la novela, ya tengo hechas, redactadas y enviadas a los editores unas cuantas correcciones: he aligerado párrafos, por un lado, pero, por otro, he añadido un episodio de cierto calado a uno de los capítulos finales. Me pregunto si algún día dejaré de escribirla.
La escritora egoísta
Terminar de escribir una novela es un fenómeno raro. No sé ese término existe en realidad. Supongo que todo depende de la implicación real que tengas con la historia, de la dependencia que se haya generado con sus personajes, o su función real en todo esto. En mi caso personal, Marafariña e Inflorescencia (comprendidas para mí como un libro único) siguen estando implicadas intensamente en mi rutina y en pensamiento en el día a día. Con Todas las horas mueren esa relación se apagó poco después de terminar la historia, tal vez como algo más saludable, algo que me hizo liberarme. ¿Cómo explicarlo? La novela de Olivia Ochoa me liberó, se acabó y se fue como algo pasajero. Pero Olga y Ruth siguen ahí, en su esencia poderosa. Como en la propia secuela, a mí también me aparecen hojas secas en la almohada, yo también siento la poderosa llamada de la espesura que no parece resuelta a dejarme marchar.
Creo que no es un hecho aislado, quiero pensar que no es parte de una divagación personal. Sigo hablando de esta historia en presente, como si de un modo u otro no estuviera cerrada. Tal vez no está cerrada porque es imposible cerrar algo en lo que he estado centrada gran parte mi vida. Algo que me ha hecho tan feliz y tan infeliz al mismo tiempo, como una deliciosa tortura en un bucle infinito que no puede terminar jamás.
Pero ahora es vuestra. ¿Y qué hace esta escritora, un pelín egoísta, que la quiere solo para sí? Que quiere ser generosa y abrir las puertas de ese lugar para vosotras pero, al mismo tiempo, tiene miedo, esta reacia, es pequeña, se encoje. Llora. Escucha a sus musas gritar en su cabeza que no se callan, que no se quieren callar.
Nos sentimos abandonadas en pleno aguacero y echamos a correr bajo el azote del agua.
Elena Ferrante
Nunca se termina en realidad
Entre mis compañeras y amigas escritoras, ocurre algo similar en la mayoría de los casos. Cuando, todavía ahogadas por el agotamiento y exhaustas del cansancio y de las energías depositadas en esta historia (historia que sale de entro, que germina en nuestro interior, que florece) una nueva empieza a colarse de manera incontenible. Y quieres descansar, pero ese afán creativo no te deja. ¿De dónde sale? ¿Quién lo empuja? No lo sé. Pero por mucho que se intente silenciar o dormir, es imposible. Él manda. Ellas mandan, las musas, quiero decir.
Así que hablar de una terminación en esta profesión dedicación es, en realidad, un eufemismo en sí. Como he señalando tantas veces, una de las pocas cosas eternas que existen es la literatura, su perdurabilidad, su desafío al tiempo. Qué descarada y qué hermosa es, ¿a qué sí? Que se enfrenta a todo, que abandona a sus autoras y autores sin remordimientos. Y nosotras, dejándola ir, poco a poco. Se escurre entre los dedos como un hijo que te abandona. Pero de pronto la nueva hoja en blanco ya no está en blanco, se llena de palabras, de heridas, de personajes, de vivencias, de lugares. No da tiempo a que la habitación propia se quede vacía. Nuestra propia literatura no nos permite sufrir de esa manera, en su inexcusable generosidad.
Por eso Ruth y Olga me han dejado este vacío tan lleno de todo. De esas opiniones que poquito a poco van llegando, me han transmitido parte de su coraje, me han dejado entrar en sus vidas. Son mis mejores amigas, siempre lo serán. Son parte de mí, como otras muchas cosas. Y, de algún modo, ellas y su Marafariña siempre están ahí, día a día, en el interior de esta habitación cálida y mía. Solo mía. De la soledad violeta tan ansiada.
Escribo mientras vosotras me escribís a mi. Mientras sé que, en algún lugar, alguien más está leyendo estas líneas que yo misma creé con el más cuidadoso del mimo que poseo. Tan inexperta. Tan arriesgada al palpar esas palabras, sílabas rotas. Las letras que, como a Millás, se me aparecen a todas horas, impregnadas de hojas, de esencia, de sueños.
Así que, queridas mías, flores mías. Sigo aquí. Agazapada en mi pequeño mundo. Silenciosa. Esperando con respeto lo que tenga que pasar, sintiéndome un poco más escritora (o la escritora que anhelo llegar a ser) y un poco menos esa Miriam llena de congoja, de morriña, de saudade.
Si te has quedado con ganas de más, te recuerdo que he inaugurado un canal en Youtube. Puedes ver aquí mi primer vídeo hablando de #MujeresEnLaLiteratura:
Ruth y Olga llevan esperando casi tres años a volver a Marafariña, a ver cómo florencían los campos de esa espesura, para intentar recuperar la fe, la confianza o una parte de lo que el pasado les ha negado. Y yo, junto a ellas, mis mejores amigas, he estado ahí, paciente, mimándolas, cuidándolas, regándolas, haciéndolas crecer. Y durante los años que duraron estas páginas, me gusta decir que las tres (y yo en un segundo plano) compartimos una sororidad que, ahora, espero que vosotras sintáis en las páginas de Inflorescencia que ya está, ahora sí, a la venta.
Y, tal y como ocurrió con Todas las horas mueren, esta obra participará en el Premio Indie de Amazon de este año. Así que me gustaría que me ayudaséis a que estas flores brillaran más que nunca. ¿Cómo? Adquiriendo la novela y dejando vuestra sincera opinión en su ficha de Amazon y en Goodreads. Y, también, que le habléis a vuestra familia, a vuestras amigas, a todo el mundo, de ella. Tal vez así, entre todas, sepamos hacerla brillar.
Y sin más dilación, os vuelvo a recordar la sinopsis oficial y los enlaces de compra más abajo:
Una buena nueva guiará la vida de Ruth de vuelta a una Marafariña que luce sola. Lo que ella no podría imaginarse después de la catástrofe del Prestige, era encontrarse que luciría una espesura blanca.
Han pasado años desde que abandonó la libertad y su ser de esas tierras, pero tal vez nunca son demasiados cuando se acerca al tintineo hipnotizante y fresco del río, cuando se enfrenta ante la iglesia tapiada de recuerdos o cuando alcanza la inmensidad de la playa.
Nunca es demasiado tarde cuando la tierra todavía es capaz de florecer.
“Las flores mismas han aparecido en la tierra, el mismísimo tiempo de la poda de las vides ha llegado, y la voz de la tórtola misma se ha oído en nuestra tierra” (El Cantar de los Cantares 2:12)
Y nada más, flores mías, espero que me contéis vuestras primeras impresiones. Que las páginas os abracen, que os encuentren y vosotras las encontréis. Yo, mientras tanto, estaré aquí, a un lado, dejando que Ruth y Olga sean las auténticas protagonistas de esta historia.
La playa parecía un paraje condenado en invierno. El frío y la soledad convertían la arena y el mar en un juego casi peligroso que no era conveniente interrumpir. El sol brillaba demasiado débil, pero lo suficiente intenso como para proyectar sombras desde las rocas, como si de una amenaza se tratasen. Si en Marafariña era complicado encontrar el silencio absoluto, en la cala resultaba imposible. La naturaleza bramaba salvaje, libre y mortal. Tan hermosa como aterradora, haciendo un alarde eterno de su innegable poder.
El juego de las olas, la fantástica marea y los misterios que albergaba podían ser una prueba irrefutable de la presencia de un Creador Todopoderoso. Precisamente, la fascinante creación era el principal argumento que las publicaciones de la Watchtower utilizaban para justificar la existencia de Dios. Nada tan complejo podía ser motivo del fortuito azar, pues el azar solo encerraba destrucción y fealdad. Si se contemplaba el universo como una obra de arte, como un cuadro espléndido o una novela estremecedora, estaba claro que un artista real tendría que estar detrás de tal ardua labor. Sin embargo, Ruth tenía más fe en la sabiduría de la propia Naturaleza, de la Madre Tierra. Observando Marafariña y sus rincones, podría defender firmemente que las raíces habían brotado por sí solas, que los troncos habían crecido donde lo estimaban oportuno y que la vegetación había surgido sin más. Que el cielo tan azul se había colocado en las alturas para contemplar su esplendor. Que los mares eran un pedazo de ese mismo cielo que no había soportado la tentación de bajar al mundo. Que las flores eran lágrimas derramadas de alegría.
Sería antinatural creer en un ser omnipotente que hiciera nacer la Tierra, su vida y al ser humano. Y más antinatural sería creer que había inculcado en las personas instintos que, sin más, consideraría pecaminosos y denigrantes. Era antinatural condenar lo natural. Y el amor, su amor por Olga, era tan natural como aquel océano mortal que acariciaba con ternura la arena helada, como aquellas rocas erosionadas por el viento melódico. Lo comprendía y lo aceptaba, lo tenía claro. Pensaba respetarse con pureza a sí misma y no culparse jamás, pues sabía que los latidos de su corazón y su voluntad seguían respondiendo a la honradez y benevolencia que siempre la había caracterizado.
Inspiró la brisa purificadora y catártica. Jamás en su vida se había sentido tan llena de vida, energía y optimismo. Su vitalidad era tal, que casi podía tocarla con la yema de los dedos. Su piel resplandecía en ese día gris, sus cabellos rojizos al viento también brillaban. Sus ojos lucían más verdes que nunca tras sus gafas, sus labios sonreían con la serenidad que otorgaba el aceptarse. Los últimos meses, en los que había recorrido en camino del autoconocimiento, habían sido duros pero había merecido la pena. Casi podía vislumbrar la meta, y no permitiría que nada se interpusiera entre ella y el destino que pretendía alcanzar.
Se agarró las rodillas. El anorak era como un abrazo de calor, pero los pantalones vaqueros no protegían del todo sus piernas. Sus pies estaban desnudos, necesitaba sentir el tacto de la arena para notar la sintonía de la playa.
Fluía la tarde con sus horas eternizadas y Ruth buceaba en sus pensamientos. No tenía prisa, no tenía nada que hacer, era una situación que se daba en contadas ocasiones. La estaba esperando, sabía que llegaría de un momento a otro. La simple idea de verla de nuevo, otra vez, disparaba los latidos en su pecho. La atracción hacia la muchacha catalana de mirada turbia era ya indiscutible, cada día tenía el privilegio de intimar más con ella, de conocer y memorizar sus gestos, cada palmo de su cuerpo, cada una de las entonaciones de su voz, el color de sus cabellos, la presencia de sus demonios y su admirable valentía. La amaba infinitamente, eternamente. Nada divino, nada irreal, podía manchar eso. La semilla que Olga había implantado en Marafariña, en ella, era imposible de extirpar. Perduraría para siempre, como lo que es eterno.
Se levantó, notando su cuerpo entumecido. Se remangó el bajo de los pantalones y, abandonando sus zapatos en la arena, se dirigió hacia la orilla. El mar la atemorizaba y fascinaba a partes iguales. Parecía una manta gigantesca. Notó cómo la punta de sus dedos se humedecía por el oleaje que avanzaba por el terreno. Se acercó un poco más, hasta que el agua le acarició los tobillos. Maravilloso. Echó a andar, con la mirada perdida en el horizonte. Sus pies y el agua jugaban, ella los dejaba bailar. Alcanzó el éxtasis de la calma, que la ayudó a quitarse de encima el cansancio que arrastraba tras de sí.
Entonces la vio, en lo alto del acantilado, mezclándose con la negrura y las sombras. A pesar de las bajas temperaturas, llevaba puestos sus pantalones cortos de baloncesto y una gruesa sudadera negra. Su pelo libre e indomable como lo era ella misma. Tenía un cigarro entre los labios y la miraba. Ruth también la miró y no pudo evitar que destellasen sus pupilas. Era tan bonita, tan hipnótica, tan mágica. Era su mundo, al fin y al cabo. La vio descender despacio y con cuidado, casi con indiferencia, sin mostrar expresión alguna. Su pálida delgadez le daba un aspecto de cristal frágil. Llevaba los ojos maquillados, como era habitual, decía que la hacía sentirse protegida. Olía a tabaco, pero ya se había terminado el cigarro cuando estaba a pocos pasos de ella. Se detuvieron ambas. Ruth mecida por la orilla y Olga torturada por el viento. Mantuvieron un diálogo mudo de miradas y gestos, como una introducción al contacto y el reencuentro. Ruth todavía tenía que concienciarse de que era real.
Fue la muchacha catalana la que, después de descalzarse, se acercó a Ruth y la abrazó con firmeza. Ella se agarró a su pequeño cuerpo y lo atrajo hacia sí. Latido con latido en medio del poderío da Costa da Morte, con la intimidad cubriéndoles las espaldas y el tiempo detenido tan solo para ellas. Ruth sintió un escalofrío de emoción. Buscó su cabello y lo acarició, recorrió su cuello, palpó sus tiernas mejillas, el contorno de sus ojos y su nariz. Olga no dijo nada, con rictus divertido. Luego se separaron y se cogieron de la mano.
—Gallega mía —susurró Olga.
—Ya te echaba de menos.
—Si me has visto esta mañana.
Sus labios sabían a sal y a mujer. Aquello encendió todavía más el calor de su cuerpo e incluso el océano pareció convertirse en lava. Olga era hábil en aquel juego de boca con boca, aunque sus caricias eran tímidas todavía, prudentes. No le pasaba desapercibido el profundo respeto y la admirable paciencia que mostraba hacia ella. La hacía sentirse especial y única, la hacía sentirse querida, a rebosar de cariño, algo que nunca había experimentado con anterioridad. Desechó sus manos y buscó sus delgadas caderas, agarró hasta sus huesos entre sus manos y sintió la sangre que recorría sus venas. Luego, aun mecidas en el océano, se contemplaron durante un instante incierto, como ansiando memorizar sus rostros. Podía notar la emoción en la mirada oscura de Olga, la tibieza en la inclinación de sus cejas, la ansiedad en su aliento. El viento las importunaba con insistencia, quería estar cerca de ellas, parecía que las llamaba, que era el espíritu de Marafariña, reclamándolas.
Abandonaron el mar y regresaron a la arena seca. Se sentaron, espalda contra espalda, cada una contemplando una visión diferente. Olga, la costa; Ruth, el bosque en lo alto del precipicio. Sus cabelleras se entremezclaban. Olga comenzó a fumar, el olor del tabaco las engatusó como un hechizo. Estaba callada, más de lo habitual, sin embargo el silencio junto a ella no era incómodo, nunca lo había sido.
—Me encanta la playa en invierno. Me recuerda a un secreto —comentó Ruth, con aires soñadores.
—¿Un secreto?
—Sí. No sé. En realidad casi nadie suele ir a la playa cuando no es verano, pero se están perdiendo su verdadera magia. Es ahora cuando se muestra al natural, tan fría y poderosa.
—Esta playa es un secreto en sí. Podría decirse que es tuya.
—Nuestra —replicó Ruth.
—Nuestra —admitió Olga, y por su entonación sabía que sonreía.
Ruth buscó la mano libre de Olga y enredó sus dedos, pero no se volvió. El tacto de su huesuda espalda la hacía sentirse bien.
—Estás callada. Tal vez ausente.
Olga tardó un rato en responder, rodeada siempre por ese halo de misterio. Era complicado llegar a comprender los pensamientos en los que se hallaba abstraída. No parecía incómoda ni enfadada, tan solo lejos de allí.
—No puedo concentrarme en nada cuando estoy contigo, Gallega. Pienso en ti, en lo que te echo de menos cuando no estoy contigo. Pienso en otra noche más imaginándote, pienso en cada segundo que pasará hasta que vuelva a verte. Y cuando estoy junto a ti, pienso en lo poco que queda para separarnos de nuevo.
—Olga…
—Tú también lo haces, ¿verdad?
Ruth no contestó, pero era evidente que sí. Sin embargo, no le frustraba, sino que le otorgaba energía. Ruth aborrecía sus obligaciones, su rutina religiosa y familiar, el instituto. Pero era algo que siempre había dado por sentado. La presencia de Olga depositaba luz en cada uno de esos momentos.
—Eres mi mundo, Olga. Eres mi Marafariña —sentenció Ruth.
Olga y Ruth en la playa. Ilustración de por Gemma Martínez
Notó cómo el porte de Olga se tensaba, tal vez de satisfacción o de nerviosismo. Imaginaba que estaría asustada, Ruth también lo estaba. Las olas incansables le recordaban que cada instante se evaporaba y que el tiempo avanzaba inexcusable. Cada nuevo día, la situación se volvía más difícil y peligrosa. No quería pensar demasiado en lo que podría ocurrir, pero imaginaba que Olga se torturaba con el futuro. Le gustaría poder mitigar todo su sufrimiento, apartarlo de ella, poder darle más, todavía más, de lo que le daba.
—Echo de menos la nieve. Ojalá nevara —murmuró entonces Olga—. Cada invierno mis padres y yo íbamos a los Pirineos. Lo adoraba. Durante horas podía estar contemplando la nieve. Siempre pensé que era lo más parecido que había a la magia.
—Yo nunca la he visto.
—Te llevaré, te lo prometo. —Olga se volvió, al fin. Notó su hombro pegado al suyo, su mano sujetándola fuerte. Estaba fría. La estudió, cada arruga, cada surco, cada palmo—. Y te encantará. ¿Te imaginas Marafariña llena de nieve? Sería todavía más hermosa.
—Sí, pero muy diferente, ¿no?
—No hay nada de malo en lo diferente. —Olga tenía la mandíbula tensa—. Tenemos que largarnos de aquí.
—Lo sé —susurró Ruth.
—Pronto empezaré a trabajar para Francisca en el café. Necesitamos dinero y no quiero tener que pedírselo a mi padre.
—¿En el Café Rosalía? —Olga asintió—. Vaya, pero entonces, ¿cuándo podré verte?
—Solo será un pequeño sacrificio, Ruth. Luego estaremos juntas todo el tiempo que queramos. Te abrazaré cada noche, te haré el desayuno todos los días, te acompañaré a la universidad. Nunca estarás sola, nunca más Ruth. Nunca más dejaré que tengas frío.
Olga hablaba con tanta verdad que no tuvo más remedio que creerla. Sus miradas se encontraron en el punto justo en el que los ojos de ambas se humedecieron. El sufrimiento y el pánico de Olga eran tan latentes en su expresión, que le dolía profundamente saberse conocedora de sus emociones. Se sentía inútil frente a la resolución de la joven a la que amaba, sin salida, sin nada que aportar. Pero su muchacha catalana no parecía reprocharle nada.
Entonces ella se puso en pie, dándole la espalda y acercándose de nuevo al mar. Rugía. Ruth la observó, la belleza de su figura tan pequeña, recortando la armonía de ese horizonte gris e infinito. El mundo parecía querer atravesar su fragilidad, pero Olga era imperturbable, indetenible. La persona más fuerte que jamás conocería. Por eso la admiraba tanto, por eso la amaba sin mesura. Le fascinaba en su totalidad, incluso en su amargura, incluso en su llanto. Porque era un llanto de lucha, no de rendición.
—¿Te imaginas que salga mal?
La pregunta de Olga le llegó tardíamente debido a la ferocidad de la brisa. La escuchó muy lejana, pero fue suficiente para que se estremeciera de pavor. No podía imaginárselo. Moriría. La idea de perderla, de no poder estar junto a ella, era insoportable. No quería contemplar esa posibilidad, porque se hundía, le flaqueaban las fuerzas y no atendía a razones. Su mundo sin Olga carecía de verdad.
—No digas eso —imploró Ruth, a pocos pasos de ella—. Sería terrible.
—Si sale mal —prosiguió Olga con gélida calma—, si se tuerce, si algo se rompe, tienes que prometerme que no te olvidarás de mí.
—¿Cómo podría?
—La vida puede ser sorprendentemente cruel.
—Olga, me estás asustando. No te entiendo.
La muchacha no hizo amago de moverse. Ruth se acercó más y la rodeó por la cintura con intensidad. Temblaba, pero se aferró a sus manos. Besó su cuello, pleno de suavidad.
—Yo volveré. Si te separan de mí, volveré —masculló Olga en una mezcla de furia y ternura—. Si el destino nos hace alejarnos, volveré. Pero si me pierdo, si por alguna razón estoy nublada de dolor y sin sentido, por favor, recuérdame dónde estás y que vuelva a por ti. No me permitas seguir viviendo sin ti.
No le gustaba el significado ni la posible realidad de esas palabras. Ruth la apretó con más fuerza y notó cómo Olga cedía. Se volvió y la besó. Su aliento estaba impregnado del aroma del tabaco. También sabía a desesperanza. Sin embargo, pronto recuperó la sonrisa y la ternura se apropió de ella. Sus manos, agarrando sus mejillas, fueron un bálsamo.
—Tranquila, Gallega. Eso no pasará. Nunca me iré, no sin ti. Te lo prometo.
—Y yo no te dejaré marchar si no voy contigo —sucumbió Ruth al anhelo.
Abandonaron la playa cuando la noche amenazaba con su temprana llegada. Con los pies helados, subieron con cuidado la pendiente y caminaron por el bosque. Sus manos seguían unidas, sus cuerpos se encontraban. Detenían su camino de vez en cuando, dejaban que el bosque fluyera a su alrededor. La mata negra de la oscuridad las seguía como una amenaza pero, en esos momentos, la ignoraban. Marafariña respetaba su paseo, las observaba detenidamente, intentaba protegerlas. Pero aquello no era posible, no del todo, no tanto como le hubiera gustado.
Cuando traspasaron la linde del bosque y vislumbraron el muro de la casa de Ruth, de forma instintiva soltaron sus manos como si tuvieran ácido. Algo en ese gesto era terrible, pensó Ruth. Al regresar a la realidad, a lo que había más allá de su particular paraíso, debían fingir que tan solo eran amigas y ni siquiera les estaba permitido estrechar más lazos de los necesarios. Olga, resuelta a arañar los últimos minutos juntas, se apoyó contra las piedras y sacó un cigarro antes de irse a casa a cenar.
—¿Desde aquí nos verán tus padres?
—No, no te preocupes.
Aun así, Ruth se mantuvo separada de ella varios palmos. Olga tenía la mano libre escondida en el bolsillo de su pantalón. La escrutaba despacio, como si fuera la primera vez que la veía. Siempre la fascinaba su manera de entornar la mirada, como si pudiera hipnotizarla.
—Eres preciosa, Ruth. —Vibraba su voz, notó ese calambre en su pecho. Se ruborizó avergonzada—. Demasiado preciosa. Podría regalar mi eternidad para pasar la vida contemplándote.
Olga se acercó furtivamente y acarició su mejilla con sus labios. Ruth aspiró su aroma y reprimió el impulso de agarrarla del cuello y sentirla más pegada a ella, tan solo con el afán de escuchar el latido de su corazón una vez más antes de que se fuera.
—Prométeme que me llevarás a la nieve —dijo Ruth, a modo de despedida.
La muchacha catalana de mirada turbia rio. Era preciosa cuando mostraba ese rictus de felicidad.
—Si es necesario, te la traeré yo misma, Gallega.
Publicación Inflorescencia: 2 de julio de 2018
P.D. Gracias a Gemma Martínez por la preciosa ilustración que acompaña a esta relato.
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso de mí murmuran y exclaman: Ahí va la loca soñando con la eterna primavera de la vida y de los campos, y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos, y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado
Yo creo que, en mayor o menor medida, todas las que nos dedicamos a este oficio hemos escuchado en nuestro entorno algún comentario similar. Y no me refiero a que este haya sido lanzado de manera despectiva o a modo de insulto sino, tal vez, es una palabra que vuela con cierta extrañeza, con incomprensión, con dudas. En cierto modo, puedo llegar a entenderlo. Dedicarse a escribir es una pasión que es difícil saber de dónde surge, pero suele implicar una de las partes más importantes y trascendentales de la existencia de quiénes sufrimos esta preciosa maldición. Horas y días enjauladas en nuestras habitaciones propias, rompiendo las teclas de un viejo ordenador, y torturándonos a nosotras mismas sin saber muy bien por qué. Y es que escribir, lo sabéis queridas mías, es un ejercicio duro, vacío y poderoso. ¿Por qué escribir? Bueno, no he venido a hablar de eso exactamente.
Saudade
saudade. Del port. saudade. 1. f. Soledad , nostalgia , añoranza
La saudade es una de estas rarezas preciosas del gallego y del portugués cuya traducción directa al castellano pierde su significado concreto. La saudade, más que un sentimiento, es un estado perpetuo de morriña inexplicable e insoportable, pero también esta perfilado por gotitas de felicidad. El término, una canción en sí mismo, podría ser también un buen concepto para referirse a la escritura.
Cuando hace ya algunas semanas publiqué la entrada que resumía un poco el camino que me había llevado a la autopublicación de mi próxima novela Inflorescencia, las respuestas y correos electrónicos que recibí de amigas y amigos, compañeras y compañeros de esta dignísima profesión, fueron honestas, reales, tangibles. Palabras tangibles como abrazos. Y me repetí en dar las gracias (y lo vuelvo a hacer en este post, porque me considero una gran afortunada por recibir tanto cariño, tantas cosas). En esas líneas existían los mismos sentimientos que yo expresaba en mi entrada: ese desasosiego, esa lítost, ese anhelo de llegar a alguna parte a la que, probablemente nunca llegaríamos. Existe dolor, pues, en esa desilusión. Pero también realidad. Y también constancia.
A veces me he planteado en dejar de hacerlo, ¿sabéis? O, más bien, deseé no tener esta necesidad de hacerlo. Dejar de ser escritora de cuajo, olvidarme de todo lo aprendido, y dejar de tener estos deseos de escribir a todas horas (porque, en realidad, el deseo poderoso es el que te invita a escribir, lo de publicar viene después pero, en mi caso, es mucho más leve, mucho menos importante). Pero no puedo. Es imposible. ¿Cómo dejar de escribir? No sería capaz. La saudade terminaría conmigo.
La locura y el cierre de un círculo
La publicación de la portada y del título de la secuela de Marafariña ha supuesto para mi uno de los sucesos más trascendentales de los últimos meses en el ámbito literario. Creo que este tercer título supone para mí demasiado pero, sobre todo, supone cerrar una etapa dura, preciosa y de la que he aprendido muchísimas cosas. Supone, también, asentarme como personalmente como escritora comprometida con mi oficio, con los valores que quiero transmitir y con todos esos mensajes que sentía la poderosa necesidad de hacer llegar.
Así que sí. Yo también soy esa loca que va soñando, que se pasa todo el día soñando, ideando personajes, haciéndome amiga de ellos y escuchándolos con atención. No exagero si digo que Olga y Ruth son, para mí, dos de las mujeres más importantes que he tenido y tendré en mi vida. Sé que ellas me conocen interiormente más que nadie en este mundo, porque tengo la certeza de que empezaron a nacer el mismo día que yo lo hice. Y que la culminación de su historia supone cerrar un círculo que me ha acompañado desde hace tanto tiempo que no soy capaz de determinar su inicio.