
El mundo onírico puede ser una gran herramienta literaria para nuestra historia. Si bien es cierto que recurrir a los sueños y a su significado mágico o metafórico puede ser más común en el género fantástico o el terror, os aseguro que puede resultar una faceta creativa muy útil para una novela (o relato) de corte intimista o dramático. Eso sí, si lo usamos con cautela.
Todo depende del cariz que le estemos dando a nuestra narrativa. Si nos enfocamos a un realismo mágico podemos expandir mucho más nuestra imaginación que si queremos mantener ese tono más soberbio. Ante todo, y aunque supongan una rotura puntual con el resto de la novela, tiene que ser coherente y tener un significado concreto más allá de ser una burda pausa o un despiste tramposo al lector. Sí, en efecto, los sueños de nuestros personajes pueden ser un arma de doble filo.
Pero, ¿cómo hacerlo para que resulten útiles, hermosos y, además, nos permitan lucirnos?
¿Dónde situar los sueños?
Permitidme, antes de continuar, hablaros un poco de mi primera novela. En Marafariña aparecen dos sueños que resultan dos partes claves en la obra. Su aparición no es casual, sino que ha sido muy reflexionada y estudiada. Además, puedo decir con cierto orgullo que uno de ellos se ha convertido en uno de los capítulos de la novela favoritos entre los lectores.
Este sueño rompe con el tono de la novela, presentando un mundo diferente al conocido. De hecho, pertenece a un relato corto que publiqué en la plataforma FJE hace algunos años. Se titulaba El tiempo señalado. En realidad se trata de un ensayo que reflexiona sobre el significado de la esperanza religiosa de la vida eterna. En la obra, este sueño se produce justo después de que Ruth sufra un ataque cardíaco. De esta manera…
1º) Permite mantener la intriga sobre qué le ha pasado al personaje y qué sucederá a continuación.
2º) Sirve cómo descanso tras una parte de la trama de especial trascendencia y estrés.
Así, debemos situar este tipo de partes oníricas con criterio. Hacerlo un una parte inapropiada o injustificada genera incomodidad al lector o puede conseguir precisamente el efecto contrario: que pierda el interés y el hilo argumental.
¿Qué utilidad podemos darle?
Cómo decía, el primer sueño de Marafariña busca dar un significado concreto. Implica un punto de inflexión en la psicología y en la vida de Ruth. Estas visiones inconscientes que sufren nuestros personajes mientras duermen son auténtico oro en nuestras manos (o teclas, o plumas). Si somos perspicaces, podemos trasmitir muchísimo en pocos párrafos:
1º) Es una manera diferente y entretenida dar a conocer nuestra ideología sobre un determinado tema.
2º) Es un buen método para que el lector conozca más los miedos/inquietudes/anhelos de nuestro protagonista.
3º) También nos puede servir para desvelar algo trascendental (pero, ¡ojo! cuidado con las premoniciones gratuitas. Pueden restarnos mucha credibilidad).

¿Y la forma?
Uno de los aspectos más complejos de este tipo de partes es la forma. Está claro que no podemos recurrir a la misma narración que para contar un diálogo cotidiano mientras nuestras marionetas desayunan, una descripciones exhaustiva sobre ese río tan hermoso o un monólogo interior sobre cómo vestirse para la fiesta de ese viernes. Pero tampoco podemos perder la personalidad que nos caracteriza.
Vuelvo a mi caso. Durante las páginas que abarcan en sueño de Ruth mantengo las características primordiales de mi prosa. A saber, un estilo puramente descriptivo y diálogos breves. Sin embargo, para otorgarle ese toque surrealista (que no irreal) me valgo de introducir elementos desconcertantes e improbables que desconciertan y aturden a Ruth sin remedio. He aquí un ejemplo:
Se mantuvo durante varios minutos recreándose en la grandiosa naturaleza, que nunca había sentido tan plenamente cerca. Vio alrededor animales salvajes completamente domesticados: un león acostado junto a un niño, mientras un pequeño rebaño de ovejas pastaba junto a unos lobos que parecían velar por su seguridad, aunque no fuese necesario. Contempló, más a lo lejos, una jirafa alimentándose plácidamente, mientras una familia la observaba sonriente. Más al Este, alcanzó a ver un grupo de pingüinos nadando en un riachuelo cercano, junto a unas focas y una pandilla de nadadores que parecía divertirse en su compañía.
Y un poquito más de «oscuridad»:
El ángel depositó al hombre en lo alto de un pedrusco que se encontraba en el centro de ese mar de lava. Únicamente cubierto por unos harapos, dejaba entrever cómo su cuerpo estaba azotado, quemado, degollado y torturado. Estaba encadenado por las muñecas y los tobillos, sin posibilidad alguna de escapar. Fue abandonado en el centro de esa piedra, al son de los aplausos de los espectadores, a los que Ruth se unió sin desearlo.
Es importante resaltar de que el hecho de que se trata de una pesadilla no debe restar, en ningún caso, atención, calidad y cuidado por nuestra parte. Dentro de esa realidad alternativa de la que nos estamos valiendo, tenemos que poner todo nuestro empeño en respetar lo máximo posible la filosofía que mueve el resto de la obra.
Frecuencia y cantidad
Sabemos qué tipo de sueño introduciremos, en qué lugar lo haremos y cómo vamos a plasmarlo. Pero, ¿cuántas veces es adecuado emplear este recurso?
Por desgracia (o por suerte) no existe ninguna guía del buen escritor ni de cómo debe ser la mejor novela. La literatura, aunque sí que tiene normas gramaticales y de coherencia, goza de una libertad de uso y creación apabullante sin limitaciones físicas de ningún tipo. En términos absolutos, podríamos introducir los sueños más raros y numerosos que nuestras generosas musas tengan a bien regalarnos. Pero eso sería una torpeza y un craso error.
Marafariña tiene unas 600 páginas. A lo largo de la trama el lector encontrará dos sueños largos e importantes. El de Ruth, terminando la primera parte. Y el de Olga, que está situado hacia el final. También se encontrará alguna que otra pesadilla breve (y un pelín tramposa) que servirá de introducción de ciertas partes concretas. Creo que sin estas visiones el libro perdería parte de su hermosura; pero de tener más perderían su trascendencia y su originalidad.
Debemos ser cautos a la hora de elegir cuántos sueños vamos a introducir y la extensión que vamos a darle. Es posible que nuestro personaje principal sufra de unas pesadillas recurrentes por un tema que le genera especial ansiedad, lo que justificaría en cierta parte su aparición frecuente. Pero, de no ser el caso, no recomendaría echar mano de ellos demasiado a menudo, pues provocarían el efecto contrario al que buscamos.
Es necesario hacerlo en su justísima medida. Mucho mejor quedarnos cortos que sobrepasarnos.
Me gustaría que me comentarais vuestros recursos literarios en materia de los sueños, si estáis de acuerdo con estos consejos y si añadiríais alguno más. Y a los lectores, os invito a dar también vuestra opinión al respecto…
Al fin y al cabo, la literatura es sueño. Y los sueños, sueños son.