No podría contestar qué fui antes: lectora o escritora. Por lo tanto, tampoco podría contestar si, en los inicios remotos de mi afán por las letras, comencé siendo una inofensiva lectora o una crítica de todo lo que caía en mis manos.
Cuando eres muy joven, no te llegas a plantear del todo el cómo tus decisiones te pueden influir en un futuro. Así que cuando quise dedicarme con determinación a escribir reseñas y críticas sobre los libros que leía, no calculé sobre lo que ocurriría cuando mi creación secreta fuera libre de ser devorada por los críticos literarios, algunos despiadados y tremendamente honestos.
Lo ideal, sería siempre, poder separar un rol del otro. La Miriam escritora que autopublicó con esfuerzo y pasión su primera novela, Marafariña; la Miriam crítica que no teme a decir lo que piensa. Pero, esto no es así. Ni yo puedo separarlo ni, desde luego, los lectores lo pueden hacer del todo.
¿Qué ocurre, entonces? Que puede pasar que, al escribir una crítica media o negativa a un compañero escritor, esta opinión te sea devuelta y, además, con más saña de la necesaria. Del mismo modo, puedes despertar antipatía general en el entorno, mostrando un papel destructor que, no nos engañemos, a nadie le entusiasma. En este punto, el tema de seguir con las reseñas que tanto disfrutaba haciendo se estaba volviendo insostenible.
Sentía una desazón bastante intensa, y estaba perdida. El Blog que había mantenido vivo dos años, «Las mentiras que escribí», se había convertido en un lastre del que ya no podía disfrutar. Sentía una mordaza, una obligación. Y ni siquiera podía disfrutar con sinceridad de los libros que llegaban a mis manos. Por supuesto, esto terminó repercuiendo en mi faceta de escritura. Y cuando la escritura falla, todo se vuelve negro.
Durante semanas estuve reflexionando, falta del apetito de la inspiración y temiéndome que lo único que podía hacer era aparcar, abandonar, «Las mentiras…».
Y de esta historia nace A Librería.
Junto con mi compañero y amigo David Pierre y mi hermana gemela y poetisa Tabita Beizana, hemos comenzado este proyecto literario que apoya la honestidad, la crítica constructiva y elaborada. De esta forma, se deja atrás una etapa que, sin bien es cierto me reportó muchas satisfacciones, ya me había regalado todo lo necesario.
Desde A Librería, mi intención y la del resto de miembros, es analizar y vivir la literatura como se merece: sin tapujos. Desnuda y a nuestra merced para, de esta forma, poder regalar a los lectores una visión real y sincera de lo que se esconde detrás de títulos que abarcan desde clásicos, hasta novela actual y llegando a la novela independientes.
Espero, con sinceridad, que me sigáis y me apoyéis en esta nueva aventura. Estoy segura de que sí.
Gracias, siempre gracias.
Y Felices Letras.
Miriam Beizana Vigo
El otro día hablaba sobre este tema con una persona que conoces, y le decía que los escritores no deben escribir críticas y reseñas, salvo que quieran ponerse en el punto de mira de otros escritores. Claro que de un tiempo a esta parte escrior/a lo es todo el mundo, así que por rizar el rizo que no quede: todo el mundo a hablar de todo el mundo. Al final el escritor/a escribe, narra, novela, crea personajes, historias… Y para ello necesita su tiempo y centrarse en su trabajo. Querer estar en misa y repicando siempre ha sido un pésimo negocio.
Gracias, gallegorey.
Estoy de acuerdo contigo: un escritor no debería de rescribir reseñas porque las represalias y los problemas que esto puede ocasionar son algo real e incómodo.
Sin embargo, las letras siempre han sido tan infinitas… en ocasiones somos demasiado egoístas como para centrarnos en escribir sobre aquello que nos nace a nosotros mismos. Sentimos esa imperiosa necesidad de analizar esas obras que nos topamos en nuestro camino. Esas que tanto nos llenan, o que tanto nos decepcionan.
Es innegable que un escritor (no confundamos con pseudo-escritores) es, antes que nada, un ávido lector. O debería serlo. Está la cómoda y segura tesitura de guardarse las opiniones para sí, o la arriesgada y mortífera cara opuesta.
Las cosas son siempre mucho más sencillas. No es necesario revestir cada acto de nuestras vidas como si fuese la gran decisión final.